Editorial
EDITORIAL – La fijeza del toro y tres novilleros
Por José Carlos Arévalo
Escribo estas líneas antes de que reaparezca Morante y de que Ponce se despida de Santander. Y a mi entender lo más importante de la feria cántabra, hasta el momento, ha sido la novillada de Casasola y lo que atisbé en los tres novilleros que la lidiaron, Samuel Navalón, Marcos Pérez y Javier Zulueta.
La fijeza. Aunque la novillada estaba en el límite de sus fuerzas, no tuve en cuenta sus caídas, pues la lluvia había convertido el ruedo en una pista de patinaje. Sí admiré su bravura, la de los seis novillos. Todos ellos mostraron una fijeza infalible, solo veían capotes y muletas. No es que tal virtud fuera privativa de esta ganadería. Hoy la exhiben todas las ganaderías y casi todos los toros, los buenos y los malos. Hace más de tres décadas, la fijeza no solía regalarla el toro, la lograba el torero. Con su colocación en el cite, con la altura y distancia en la presentación del engaño, con su mando. Este último y generalizado carácter de la bravura, beneficioso para el toreo y perjudicial para su emoción, plantea dos cuestiones. Una, negativa, porque, en efecto, resta emoción a las suertes y rebaja su intensidad emotiva. Abundan, todas las tardes, lances y pases de buen trazo a los que el público responde con un silencio desmoralizador, como si hubiera perdido sensibilidad y espontaneidad su respuesta al arte de torear. Lo que contrasta con el ole fresco, inmediato, a lances y pases de trazo imperfecto, pero robados al toro con sentido de las llamadas corridas duras, cuya bravura quizá no ofrezca esa virtuosa fijeza, dado el salvaje trato que reciben en varas.
Siendo cierto cuanto acabo de afirmar hay que cuestionar tal certidumbre, pues el toro bajo de casta -por desgracia, habitual- y poco picado no pierde fijeza, tan solo pasa. Pasa sin embestir y no es toreado sino acompañado. Es decir, no hay mando que necesite imantar ese dócil discurrir de la supuesta embestida de un toro incapaz de admitir el duro embroque de la bravura auténtica con el toreo verdadero. Y, claro, no hay ole. Por el contrario, el lance o el pase al toro encastado pueden no ser perfectos, pero en ellos hay toreo y, por supuesto, estalla el ole. Verbigracia: no hay público indiferente sino toreo descafeinado.
La otra cuestión es muy positiva. Pues la fijeza del toro actual ha descubierto su toreo y a su torero: el que sabe templarla, acompasarla, el que la torea, llevando prendida la del bravo encastado y la del bravucón descastado. O sea cualquier torero de la generación del temple, lo mismo da Luque que Aguado, Ortega que Rufo, todos han demostrado que a la fijeza del toro bravo y fijo, ya sea vivaz o pastueño, se la puede torear con un temple desconocido y una lentitud rayana en lo irreal con un toreo antes intuido y ahora consumado, el toreo de nuestro tiempo, la respuesta artística exigida por el toro de nuestro tiempo.
Los novilleros. A los matadores de la generación del temple les ha salido un alevín extraordinario. Se llama Javier Zulueta y si aprende a matar pronto ingresará en ese grupo especial. Los únicos oles cabales, hondos y templados que sonaron en el coso de Cuatro Caminos se acompasaron al toreo de Zulueta. Hizo un toreo de naturalidad bienvenidista y temple orteguista -da lo mismo que el lector evoque al gran Domingo que al joven Juan-. Si Javier aprende la técnica de trear que exige la suerte suprema tendrá futuro.
Los otros dos estuvieron muy bien. En novilleros. Los dos fueron cogidos por arrollar la razón. A Navalón lo vi presto para la alternativa. Pero me irritó su afectada galanura al ir y salir de las suertes, incluso cuando super componía su buen toreo. Daban ganas de mandarle a Moscú y que le contrate un ballet ruso.
Y el aniñado Marcos me deslumbró por su extrema facilidad, admiré el carisma que le conecta de inmediato con el público y me decepcionó su listeza. Me cabrean los toreros listos. Ignoran que para triunfar de prisa hay que torear despacio. Dicho esto, lamento mi antipatía. Porque Marcos Pérez estuvo hecho un tío. Después de ser masacrado por su primero, salió a matar su segundo novillo. Y triunfó.