Hoy se conceden menos trofeos que nunca porque el listo número uno, el presidente, dilata la concesión de la primera oreja para que el público, cansado de agitar pañuelos, y las mulillas, a punto de arrancar, le eviten conceder la segunda.
Los presidentes (de las plazas de 1ª, 2ª y 3ª) suelen muy estrictos en la concesión de trofeos por una razón principal: no tienen ni puta idea y temen ser criticados por los grandes aficionados que tampoco tienen ni puta idea.
La ignorancia es la madre de la intransigencia. Y en la Fiesta tiene buenos portavoces: el aficionado primerizo que no se entera y quiere salvar la Fiesta y es un latazo; el viejo aficionado inmaduro que se cree superior al torero, al ganadero, al presidente, al crítico “que no se enteran los muy cabrones””; y los profesionales fracasados porque solo ellos están en el secreto, “panda de imbéciles”.
Un castigo: ir a los toros con cualquiera de ellos. Un respiro: menos mal que a las plazas va el denostado público, al que le gusta que los toreros toreen, los toros embistan, y los presidentes no se crean Torquemada.