Ética del toreo
Ética de la lidia: el toreo exige que la violencia del toro –la embestida- llegue hasta el torero. Más claro: solo se torea cuando el toro ataca.
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Clave ética de la lidia: permuta de papeles del torero y el toro. El toro, en principio la víctima, asume el rol del victimario; y el torero, en principio el victimario, es el receptor de la violencia del toro. El toreo no es tortura.
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Rigor ético de la lidia: a medida que el toro se atempera, el toreo se hace más comprometido. El estado físico del toro va a menos, su peligro, a más. Y la suerte más peligrosa, la estocada, mortal para el toro, es una promesa de muerte para el torero.
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Ya lo dijo Ortega y Gasset: en el toreo, lo ajustado es lo justo.
Ética natural de la lidia: la situación “toro agresivo = hombre en peligro”, planteada por la lidia, restaura una atávica ley natural de solidaridad específica, la de la especie humana con su semejante en peligro. Es de instintivo e infalible cumplimiento.
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Coherencia ética de la lidia: El torero no puede salir del ruedo si no da muerte al toro, la muerte que lo amenaza. O puede abandonarlo por cogida. O con deshonor.
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Torear es citar a la muerte, burlarla, acariciarla y vencerla. Con arte.
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Ya lo dijo Ángel Peralta: torear al toro con la verdad puesta en el engaño.