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LA COMUNICACIÓN – Algunas reflexiones sobre la “espantá” de OneToro
Por José Carlos Arévalo
El ejercicio de los deportes es internacional, casi todos los países los practican y todos los países los consumen a través de los medios audiovisuales. Por lo que todos los deportes de máxima audiencia se financian con los derechos de imagen. No así la tauromaquia, cuya práctica se circunscribe a ocho países, entre los que destacan España y México por número de festejos populares y festejos de lidia ordinaria. Pero la actividad taurina, en ninguno de los ocho países, se beneficia de los derechos de imagen: para la televisión, el medio de comunicación de masas, la tauromaquia no existe en sus espacios informativos, y la transmisión de festejos en directo sólo la practican en régimen abierto tres canales, Canal Sur, la TV de Castilla-La Mancha y Tele-Madrid (ocasionalmente Tele-Extremadura y Castilla y León). Y esto es así porque el discurso animalista y antitaurino se ha impuesto a nivel global.
Dicho lo cual, la “espantá” de OneToro debe juzgarse como una consecuencia más de que la tauromaquia haya sido, informativamente, recluida en un gueto. Y como es sabido, los guetos tienen una economía, cuando menos, precaria. Así lo confirma el gueto de la tauromaquia, todavía no consumado, y que con este escándalo audiovisual empieza a hacer pública su tambaleante sostenibilidad. Los festejos taurinos (corridas y novilladas) son caros de montar y el parque ibérico de plazas de toros se caracteriza por ofrecer una gran mayoría de cosos de insuficiente aforo para cubrir los gastos del espectáculo. En consecuencia, los derechos de imagen se tornan imprescindibles para la viabilidad de muchas ferias. Pero el problema se plantea cuando dichos derechos exigen unas cotas de audiencia que los justifiquen. Y en el caso de OneToro resultó que su cobertura de abonados era de 53 mil. A falta de datos, no se puede saber si la cifra es correcta o si la gestión de ventas ha sido mala. En todo caso, su insuficiencia puede deberse a dos factores. Uno, a que el mercado no da para más, lo que parece improbable, dado el actual crecimiento de público y festejos. Y otro, a que la piratería se ha hecho con una parte considerable de la audiencia, lo que es a todas luces vergonzoso y OneToro no debería haberlo exhibido. Revela que su encriptación no fue profesional. Otras plataformas, como Movistar, Netflix, HBO, etc. no tienen el menor problema. Pero el primer factor es ajeno a su gestión, se corresponde con la pobre capacidad de convocatoria de los toreros, producto del secuestro informativo sufrido por la tauromaquia en las últimas décadas, que ha convertido al torero, incluso en sus éxitos, en un triunfador oculto. Lamentable y patético, porque los toreros en activo son muchos y bastante buenos.
La culpa, evidentemente, es del fantasmagórico sector taurino, que ante el indiscutible veto mediático lleva décadas cruzado de brazos, en lugar de haber dispuesto de un departamento de comunicación como Dios manda, capaz de restablecer la fluida relación que antaño existió entre la Fiesta y los medios. Pero la desconexión de la tauromaquia con las instituciones del mundo al que pertenece no se puede imputar a un sector como el taurino, por la sencilla razón de que no existe. Hay, sí, agrupaciones profesionales, destinadas a defender los intereses de cada gremio. Pero lo que no hay es un sector encuadrado en una federación nacional con los servicios pertinentes para defender los intereses de todos, y que, como la del fútbol, negocie y distribuya los derechos de imagen. De haber existido es probable que no habría considerado por fantasiosa la oferta de OneToro, aunque sí la hubiera utilizado para negociar al alza con Movistar, a todas luces una empresa más sólida y más seria.
En esta rocambolesca aventura audiovisual de OneToro hay cuestiones caricaturescas, como atribuir su incumplimiento de televisar las ferias San Miguel y de Otoño por el abusivo coste de los derechos de imagen que el mismo OneToro ofreció a la empresa taurina. ¿A todas, y para todos los componentes del espectáculo?
Sí, huele a podrido en los cambalaches del gueto taurino. Pues las dos empresas altamente beneficiadas, Plaza 1 y Pagés, buques insignia en el rompimiento con Movistar, no dicen, obviamente, ni pío. Pero los aficionados sí pueden preguntarse para qué sirvieron los dineros de OneToro. Al menos, Sevilla ha programado dos temporadas espectaculares. Pero Madrid… ¿cómo puede justificar la vergonzosa temporada que nos ha largado fuera de las ferias de San Isidro y Otoño, las que dicho sea de paso no son como para tirar cohetes?
De lo que importa más que el estrafalario caso de OneToro. O sea, del triunfo del relato antitaurino en los Medios, del perdido y secular tutelaje del Estado a la Fiesta, y de por qué ésta no ha sabido encuadrarse en una Federación Española de Tauromaquia, hablaremos más adelante.