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LA COMUNICACION – Diarrea mental del periodismo taurino
por José Carlos Arévalo
Un colega acaba de mandarme una crítica taurina de Inés Montano, publicada en el diario digital “El Imparcial”, que es para mear y no echar gota. Dice la atrevida experta en tauromaquia que la faena de Roca Rey al toro “Celoso”, en la pasada corrida de la prensa, fue muy mala, que el aclamado espada no sabe torear, que destoreaba. Y de paso, dice también que El Juli tampoco tiene ni idea.
No la voy a contradecir. Con la estupidez no cabe debate. Pero sí procede preguntarse por el rigor profesional de un medio informativo. ¿Cómo, por qué, con qué fundamento se elige al titular de una sección, a un periodista especializado en el área que debe cubrir para el periódico? No se crean, aquí no hay nadie libre de pecado. Hace años, cuando el diario “El País” empezó a publicarse, su crítico taurino, Joaquín Vidal, tituló una crónica así: Manda el sargento. Y el sargento era Espartaco, que el día anterior había desorejado a un señor toro de Alonso Moreno. De modo que nada nuevo bajo el sol. Pero lo interesante del caso es que por aquellos días, la sección musical arremetió con parecido tono contra Plácido Domingo. ¿Escandaloso? Para mi, sí. Y por lo visto, también para alguien con peso en la Redacción, pues en adelante todo fueron loas para el tenor madrileño. Pero los toros son harina de otro costal y el señor Vidal siguió escribiendo sandeces toda su vida. ¿Sandeces? Una anécdota aclaratoria: Asistía el mencionado Vidal a un tentadero en el que toreaba Joselito. A su término, el crítico se dirigió al joven espada y le indicó cómo, según su criterio, debía colocarse en el sitio del cite, presentar la muleta y rematar el pase. A lo que el avispado maestro de La Guindalera, después de pensárselo, le repuso: “Puede que se deba torear así, pero si yo hago lo que usted dice me caigo de culo”.
En los últimos tiempos, concretamente en Madrid, ha proliferado una tribu, por fortuna poco numerosa, de gritones aficionados geómetras. Pero si existiera una asignatura de geometría taurina no pasaba el examen ni uno. En dicha tribu parece haber adquirido sus rotundos conocimientos y estilo expresivo la periodista de marras. Lamentable. Por lo menos Vidal era un incompetente inquisidor con gracejo.
Pero, ¿no estoy yo incurriendo en el mismo dogmatismo que la periodista criticada? ¿Es que acaso me permiten estar en posesión de la verdad cincuenta años escribiendo de toros y haber dirigido tres publicaciones taurinas que no estaban nada mal? ¿No denuncia mi incompetencia que a estas alturas todavía desconozca lo que quiere decir el verbo destorear? Al menos me consuela que en la plaza de Madrid 23 mil incompetentes pedimos las orejas para el destoreador Roca Rey, y no llegaban a mil los inquisidores que protestaban desvergonzadamente aquellas dos grandiosas faenas en las que el artista comprometió, literalmente, su vida con su obra. Señora o señorita Montano, para que mi incompetencia la deje tranquila, le diré que la faena de Roca Rey al toro “Celoso” era de rabo, y la que hizo al toro que cerró plaza, de dos orejas. Y para que le reconforte no estar sola en su desatino, le recuerdo que Ignacio Sanjuan, presidente de la corrida, pensaba como usted y le concedió al torero una orejita de mierda y que incluso un buen escritor taurino, Delgado de la Cámara -esto me lo han contado, vi la corrida en la plaza-, dijo en la transmisión de la corrida no se qué lindezas sobre las orejas y la Puerta Grande.
La Tauromaquia es un espectáculo fuera de lo común. En la plaza, ese yo colectivo que es el coro taurino practica la infalible unanimidad cuando se expresa con el ole o cuando solicita los trofeos. Pero luego, al salir del coso, el yo colectivo se desvanece y se manifiestan los yo individuales. Y se escucha y se lee cada cosa… Cuando surgieron José y Juan, el público los eligió, pero sabios y arcaicos geómetras -siempre los hubo- tildaron al de Gelves de señorita torera y al de Triana, de payaso. Por supuesto, la gente no los hizo caso, ni la prensa toleró tonterías. Tristemente me temo que hoy los directores de redacción elijan a los críticos por sorteo o porque no han pisado en su vida una plaza de toros. Pero si contrataran así a un cronista deportivo, este diría que Messi no sabe lo que es un balón, si a un crítico musical, que Juan Diego descanta, si a un crítico de arte, que Picasso era un pintamonas. La cuestión es desconcertante: ¿por qué en el país que inventó la lidia, la última y más profunda tauromaquia, se leen de un tiempo a esta parte tantas tonterías?