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MADRID – Andrés Roca Rey, primera figura del toreo

Fotos Alberto Simon

por José Carlos Arévalo

Si a Manolete lo unió para siempre en Madrid su faena al toro “Ratón”, de Pinto Barreiro, a Roca Rey no lo podrá separar la afición de Madrid de su faena al toro “Celoso”, de Victoriano del Rio. Fue también una faena de frontera. Antes de enfrentarse a “Celoso”, Roca Rey era una gran figura del toreo. Después de matar a este toro de una estocada hasta los gavilanes, el inmenso torero de Lima es ya el Manolete de nuestra época. Porque en la tarde del 11 de junio de 2023, la emoción incendió la plaza de Las Ventas. Naturalmente, quemó las torvas y necias protestas del 7 y el coso enteró bramó como solo lo hace cuando el toreo sucede más allá del bien y del mal.

La faena se estructuró en tres actos dramáticos. El primero fue una declaración de principios: frente a la presentida peligrosidad del toro, que se había venido arriba en banderillas descubrió que su pitón derecho olía a cloroformo, la entrega absoluta, sin probatura preventiva alguna, estatuarios manoletistas por el pitón izquierdo, ceñidísimos, impávidos, y cambios por la espalda, inverosímiles por el lado derecho, de los que el espada salió indemne porque el dios de los toreros también estaba de su parte. 

El segundo acto, empezó por naturales. Lógico, el izquierdo era el pitón bueno, pero fueron tan ceñidos, tan de mano baja, tan envolventes, que los oles, profundos, acompañaron el toreo del héroe con esa rotundidad de la que Las Ventas detenta derechos de autor. La plaza se puso en pie y todos los aficionados pensamos que la faena sería irremediablemente izquierdista. Pero el torero armó su muleta y le citó por el lado de la muerte. Y así dio comienzo un incendio de hielo y fuego. Torear es llevar la contraria a la razón y demostrar que estaba equivocada. De modo que Andrés tapó el mundo al toro en el cite, tocó sutilmente al pitón izquierdo a partir del embroque para compensar la embestida al hombre por el derecho y los redondos tuvieron luz de milagro, el más desgarrado compás musical y un fondo de muerte amenazante y a la postre vencida. 

Y cuando la plaza, en pie, estallaba incendiada por la emoción bravía del toreo, resultó que el torero había obrado una milagrosa mutación: el peligrosísimo bravo se había transformado en un obediente y sumiso toro pastueño. Quietud angustiosa entre los dos pitones, dosantinas largas como ríos, imposibles cambios por la espalda precedieron al momento de la verdad. Cite en corto y por derecho, el torero sin abandonar la línea recta al cruzar, la espada hundida hasta los gavilanes. La catarsis. Un clamor de pañuelos blancos. Y un presidente impresentable, al que supongo vasallo del tendido 7, guardó su pañuelo hasta que ataban al toro a las mulillas no fuera a ser que la inmensa mayoría de la plaza pidiera la segunda. Claro que más escandalosa fue su actuación tras la muerte del sexto toro, el peor de la tarde y al que Roca Rey le impuso otra emocionantísima faena, en la que sufrió una espectacular cogida, además de conquistar, y de la que el obtuso Usía le privó de otra oreja contraviniendo el reglamento vigente y casi provocando un escándalo público.

Dicen que Las Ventas es la primera plaza del mundo. Decididamente, ha dejado de serlo. Una plaza esquizofrénica, con un tendido 7 que es el ultrasur del toreo y una gran mayoría que solo responde a la más necia barbarie cuando la protesta hasta desquicia al santo Job, no merece tal consideración. Sin ir más lejos, en la tarde de marras, El Juli tuvo una actuación de maestro, aunque no magistral. Pero que la mayoría no hiciera justicia al maestro boicoteado en respuesta al estupido boicot, resulta decepcionante. Con Talavante no se metieron mucho ni tirios ni troyanos. No queman esfuerzos cuando el torero no quiere coles.            

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