TOREROS DEL MOMENTO – Hoy vuelvo a hablar de Roca Rey

Vivimos bajo la ley del silencio, el tiempo taurino más extraño que he conocido. Se silencian los triunfos de los toreros, sus cornadas, sus fracasos. Tan solo la tribu aficionada está al tanto de lo que ocurre en los ruedos, de cómo va la temporada. Que no se extrañe nadie de que las figuras lleven menos gente a la plaza. No es por falta de afición, es por falta de información. 

Lo anómalo era que, en este contexto, Roca Rey sí llenaba cada día en que actuaba. Ahora, lo anómalo es que, cuando su madurez le permite triunfar “a golpe cantao”, empieza a alinearse con los demás figuras: ha bajado del lleno al tres cuartos. ¿Qué pasa aquí? Pasa que antaño, no hace mucho, los grandes toreros tenían sus exégetas en la prensa. No los venales críticos de cámara, sino los críticos desinhibidos porque su honradez estaba fuera de duda. 

Soy un de ellos y por eso voy a explicar unas cuantas cosas del torero peruano. 

La actitud. Torear es algo más que dar pases, incluso buenos y muy bonitos. Torear es también una actitud del hombre ante el peligro, una respuesta del torero al público que con él se identifica. Torear es la manera admirable  de estar ante el toro.

La de Andrés Roca Rey es elegante, discreta y ejemplar. No la vende, le sale de dentro ese ir pausado, sereno, con prestancia, en busca del toro. Lo hace callado, con esa seguridad que confiere saber que su osadía será resuelta por su maestría, sea cual fuere la condición del toreo que le espera. Y ese ir –con Antoñete es el torero que mejor camina hacia el peligro- despacioso impone el silencio, concentra las miradas, mete a los espectadores, a todos, en la trama más cabal del toreo. 

Para el espectador avezado tal actitud implica compromiso. Porque lo que viene después, el toreo desnudo de alharacas, debe superar la expectación que crea ese ir consciente al toro para después citarlo con verdad. Y que luego, siempre, el toreo supere lo anunciado.

El toreo. Para Roca Rey no es suficiente acompañar la embestida, ni siquiera cuando el acople es templado, saboreado. Para Roca Rey el toreo es fusión, la unión absoluta con el toro, la conjunción sin fisuras con su embestida: un toreo intenso, largo, de mano baja y sentir profundo que convierte al hombre quieto y al toro embistiendo en uno solo. Los pases cambiados con que Andrés inicia una tanda y a veces cuando la cierra, no son una sorpresa efectista, tan reprobada por los aficionados rancios, sino la demostración de que solo una voluntad, la del torero, es la dueña del toreo.  Con capote y muleta esa es la declaración de principios de una manera de torear basada en el valor, la maestría y el sentimiento. El arte es lo que las formas llevan dentro.

La personalidad. El torero es un actor de sí mismo.No interpreta a un personaje. Nos cuenta, con la sinceridad instantánea que provoca el peligro del toro, el sentir de cada torero, las claves de su maestría o sus carencias, por mucho que las disimule. Por supuesto, hay toreros que mienten, pero son sinceros en la mentira. También hay toreros que sobreactúan, como los malos actores, para tapar insuficiencias. Y hay toreros, muy pocos, que torean, según dijo Belmonte, como se es. Roca Rey pertenece a este selectísimo grupo. ¿Y cómo es su toreo? Un arte sin retórica, que fluye con naturalidad. Y basado en el contrapunto: frente al peligro, valor; ante la violencia, caricia; con la bravura, mando; contra el resabio, sencillez. Y ese estar pausado al borde del abismo, que le permite un trazo limpio, puro y temerario en el dibujo de todas las suertes. Con la capa, la muleta y la espada, el torero de Lima en lo que siempre fue el joven héroe, sabio en su arte y temerario en su entrega.

Si Roca Rey hubiera nacido a la Fiesta en los años 60, no podría salir de casa. Hoy, cuando camina por la calle, es un anónimo peatón más. La tauromaquia está en un gueto. Todavía grande. Pero gueto. Y en el gueto, bajo la ley del silencio, hay muy buenos toreros. Como Roca Rey.