El Torero
EL TORERO – La primera fila (2). Julián López “El Juli”
por José Carlos Arévalo
Caso raro. Siempre fue figura. Lo fue en la Escuela de Madrid, donde nada tenían que enseñarle. Lo fue de becerrista, porque ya era taquillero. Lo fue en México, donde arrolló desde su primera actuación como novillero y donde absorbió como una esponja el para nosotros exótico repertorio capotero mexicano. Y cuando en España lo que descubrieron aficionados y públicos (las figuras interesan a los dos segmentos) no era un niño prodigio sino un torero prodigioso. Porque dominaba todas las suertes (con la capa, las banderillas y la muleta) y todas las trazaba con la perfección de una una figura consagrada, de las que torean bien.
El primer Juli era un torero extrovertido, que era feliz toreando y hacía feliz a los públicos. Triunfaba todas las tardes porque entendía a todos los toros. Era un torero de masas. Los viejos aficionados lo miraban pasmados, los jóvenes lo admiraban, las señoras querían ser su madre y las chicas su noviecita. Reunía todas las cualidades para que el aficionado conspicuo lo detestara. Pero el problema fue que aquel chaval rubito toreaba como los ángeles.
Yo le hice entonces una entrevista, y me contestó tan bien que me mosqueó. Dijo exactamente lo que tenía que decir y nada de lo que tal vez pensaba. Era un crío y me pegó más pases que a un “jandilla”. Peligro. Deduje que dentro llevaba un torero oculto. Y lo comprobé años después. Porque cuando el torero de San Blas arrollaba y mandaba decidió ser otro torero, el que no había contado a nadie en los ruedos. Un torero para aficionados, que redujo su clamoroso repertorio y quiso que todo el toreo estuviera reunido en cada lance, en cada pase.
Le ví en Aranjuez dar una serie de verónicas a un toro valentón, que lo había cogido de salida, con una verdad demoledora, la bamba ofrecida, la cintura partida, los pies clavados, el remate en los vuelos, el pellizco en los codos y la sobredosis en las muñecas. Entonces le andaba con compás a los toros. No lo volvió a hacer. Una pena.
Pero los cambios –no de estilo, sí de concepto- que segmentan la vida torera de El Juli no responden a un narcisismo de artista superdotado. Obedecen a cambios vitales. De torero adolescente pasó a ser un torero adulto. Del trazo bello pero ingenuo, al toreo hondo, sin concesiones. El pase profundo, la muleta que absorbe en cada pase toda la bravura del toro, el pleito sin concesiones del torero y el toro: todo el sentido de la lidia en sus manos, del primer contacto con el toro levantado al último adiós al toro dominado. Pero nunca mató bien. Sí con eficacia. No con el nivel que exige su toreo. Yo no le doy tanta importancia. Joselito el Gallo mataba al capón y aquí nadie ha dicho nada.
El camino de perfección, El Juli de esta segunda fase de su carrera lo basó en un empeño inédito en el toreo, pues no buscaba su perfección sino la del toro. Al más díscolo lo convencía de que era bueno, a toros torpes como gañanes panzudos los demostraba que eran bravos de alta escuela. Consiguió entonces prestaciones inauditas, embestidas dúctiles, no de toros sino de obedientes reptiles que persiguiendo el engaño se enrrollaban a su cuerpo como si sus cuellos ya no fueran vertebrados. Y ese toreo de poderío asfixiante, pero de corte clásico -no recuerdo haberle visto cambios ni pases por la espalda- pareció que le había llevado al final. Sus clamorosos triunfos de Sevilla y los cicateramente premiados de Madrid confirmaron su llegada a la cima, el epílogo de una grandiosa tauromaquia.
Error. El Juli es un eterno insatisfecho. El perfecto retrato del maduro artista adolescente. ¿Qué la faltaba por hacer en el toreo? La respuesta nos la ha dado este mismo año: el descubrimiento del temple. Algo que va más allá de torear acoplado con el toro, una dimensión más profunda que la de torear despacio. El temple es torear despacio mientras el torero, convertido en su primer espectador, se mira toreando despacio, se embelesa viendo al toro embestir despacio y se olvida de sí mismo, de su composición corporal, del trazo de la suerte porque el torero ya torea como respira, toreando despacio. Como toreó a sus toros de La Quinta en Madrid, exactamente al otro lado del espejo.
Y ahí está El Juli, autor de una historia torera interminable. Siempre en la primera fila, siempre en figura del toreo.