EntreToros
BILBAO – La corrida me dejó pensar
Pensé que hoy todos los toros son bravos, que todos reponden a la llamada del engaño. Luego, las embestidas pueden ser bruscas o templadas, cortas o largas, defensivas u ofensivas, altas o humilladas. Pero su diferencia no depende ya de la bravura, sino del manejo, la nutrición, la preparación, y después de cómo se los lidie, aunque esto último no sea tan determinante, porque generalmente se los lidia bien. ¿Cómo fue la corrida de El Puerto para que pudiera pensar estas cosas? Pues mucho mejor en sus intenciones que en su logros. Hubo dos toros buenos, el primero de Talavante y el segundo de Ureña. Pero quien sabe de verdad por qué sus toros fueron como fueron es el ganadero. Lo que pasa es que los ganaderos no hablan nunca de lo que importa. Y tal vez tengan razón. Si lo contaran el toro perdería parte de su misterio.
También pensé que el toreo, el verdadero toreo, es posible cuando el torero atraviesa la raya. ¿Qué raya? La de la frontera que separa el terreno de la razón del terreno de la suprarrazón, raya que respetó Talavante, pero como es un gran torero cortó una razonable oreja. Sin embargo, Ureña, que es un torero de genialidad intermitente, sí atravesó la raya. A brotes, pero la atravesó. Y como en esos brotes es original, auténtico, distinto, cortó una oreja a cada uno de sus toros. Y gracias a él, la tarde fue una buena tarde de toros. De cuatro toros. Porque los dos que correspondieron a Morante, el primero feo de hechuras, el segundo, guapo, eran dos cabrones mentirosos. Tomaban los engaños. Pero hasta ahí. Luego les salía una agresividad basta y navajera. Hizo bien en deshacerse de ellos. A un gran guitarrista no se le puede ofrecer una guitarra con dos cuerdas. Pero Morante cumplió con su papel de dar solera a la plaza. A mi este torero me gusta hasta cuando no puede torear.
Moraleja: en las corridas de toros no basta con pensar, también hay que sentir.