Por Enrique Rubio
Si hay algo que nos lleva a profundizar en este rito es descubrir el origen de su mito. Y no son pocos los años que nos lleva a retroceder la profunda raíz de esta tradición.
Es la esencia misma de nuestra cultura la que encontramos en su origen.
Buscamos al animal totémico, aquel que veneraron los pueblos celtíberos. Ganaderos, que tenían en el medio natural su esencia vital. Pueblos lejos de ser los bárbaros que trataron de mostrar los romanos y que ahora la historia nos lo demuestra permitiéndonos conocer sus sociedades matriarcales y cultura.
La diosa Epona en forma de yegua y las representaciones de bóvidos en refinados objetos singulares nos dan buena muestra de ello.
Una sociedad con rituales. Dos fechas de celebración equinoccio de verano y de invierno. El dios Lug y la lucha entre el día y la noche. Precursores celtas del ahora celebrado Halloween
No es difícil entender la atracción por un animal cuyas características son admiradas por los humanos. Estos ligados íntimamente a la naturaleza por su condición de pueblo ganadero mitifican al astado, hasta el punto de hacéroslo en sus ritos protagonista y esencia. Venerándolo.
Son muchas los indicios que nos evocan a los toros de fuego (zezensuzko) de la cornisa cantábrica más que a los carros ardientes de Orisson
Resulta lógico entender que las raíces de la cultura celtibera siguen floreciendo año tras año para rememorar el Jubilo. Participar en la comunión que entre ser humano y naturaleza ha sido celebrada en Medinaceli desde tiempo inmemorial, culminada con el indulto respetuoso del astado.