EntreToros
LA SEMANA TAURINA – “Sanfermines”: el mundo al revés
por José Carlos Arévalo
Wimbledon. Campeonato de tenis. Llenazo. Todo el público viste chaqué y se cubre con chistera. La mitad de los espectadores bebe profusamente., cantan y bailan.Unos miran a la cancha y otros están de espaldas. Cuando los dos tenistas salen, ovación y gran pita. En el primer set todos cantan una canción mexicana. En el segundo, la chica ye-yé. Antes de que comience el tercero, toda la grada merienda. Silencio. Los tenistas siguen jugando. El partido es apasionante. A veces, miran casi todos. Pero en la mitad de la grada, la fiesta etílica y simpática continúa al margen del juego. El ruido, ensordecedor no afecta a los jugadores. Al final, casi todo el público aplaude al triunfador. A nadie le extraña este extraordinario espectáculo, en el que la mitad de sus fieles espectadores van para no verlo.
Este escenario inverosímil es el habitual de una corrida de toros en Pamplona durante la Feria de San Fermín. Claro que en Wimbledon el juego va en serio, los dos contendientes se juegan su posición en el ranking mundial. Y, obviamente, también todos los espectadores se lo toman en serio. Por el contrario, en la Monumental de Pamplona, los dos contendientes, un torero y un toro protagonizan un pleito banal en el que el toro solo busca matar a su oponente y este comete el irrelevante empeño de torearlo, pues para consumar esa nadería que es torear debe jugarse la vida.
Antes, cuando la plaza no siempre se llenaba, a la gente le apasionaba el encierro matutino y la corrida vespertina. Al menos, así pude constatarlo en los años 60 del pasado siglo, cuando corrí y presencié las corridas sanfermineraspor primera vez. Entonces había menos corredores en la calle y menos público en la plaza. He de reconocer que correr el encierro -antes los había corrido en San Sebastián de los Reyes- incrementó mi fascinación por el toro de lidia: sentir su galope a mis espaldas, incluso conseguir que su carrera y la mía se acoplaran me llevó a la conclusión de que en el encierro también hay temple.Pero, sobre todo, aumentó mi admiración al torero. Porque una cosa es correr delante del toro y otra muy distinta esprovocar su embestida, esperarla, embarcarla en el engaño, pasarse al toro por la barriga, despedirlo y volver a citarlo para que él, embistiendo, y el torero, quedándose quieto, vuelva a dejar que lo circunde una y otra vez hasta que lo
mata tirándose encima de sus cuernos.
Este año he visto la feria de San Fermín a través de OneToro. Y a pesar de que la transmisión es muy buena, solventes los comentarios y prudente la banda de sonido, que aplaca el ruido de la plaza, absolutamente desconectado de la lidia, resulta bastante insufrible ver a un torero citar de rondillas en la misma boca de riego a un toro que lo embiste desde las tablas, mientras que una multitud de jóvenes (chicos y chicas) cantan, brindan, algunos de espaldas al ruedo, con un espectacular desprecio hacia el tipo, también joven, que se juega el tipo en la arena.
Probablemente sea yo quien esté desfasado. Y por eso he dejado de comprender esta fiesta no de vino y toros sino de calimocho, desparrame y jolgorio con toros al fondo. La misma televisión del Estado, que transmite los encierros al mundo entero todas las mañanas, los analiza y da parte de las lesiones sufridas, nada dice -¡faltaría más!- de las grandes faenas vividas estos Sanfermines, ni de la grave cornada sufrida por Borja Jiménez, ni de la bravura mostrada por un gran número de toros.
Indiscutiblemente, el encierro es un medio y la corrida es un fin. En el encierro el toro corre, en la plaza el toro embiste. En la calle, el toro huye. En la plaza nos dice quién es. En el encierro, el hombre corre y a veces exhibe cierta técnica. En el ruedo, el hombre pone a examen su valor, su destreza, su arte.
Me temo que muchos consideren estas líneas anti pamplonicas. Se equivocan. Me las permito porque conocí otros sanfermines, el subidón del encierro y la pasión del toreo. Yo no tengo la culpa de que hoy el mundo se haya puesto al revés