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ACTUALIDAD – Arbitrariedad en San Agustín de Guadalix (Copa Chenel)

Soy un espectador más. Ni más listo ni más tonto. Y suelo estar de acuerdo con el público. Creo que siempre tiene razón. El “yo” colectivo es más sensato que el aficionado sabio. Éste, como sabe más que el toro, el torero y el público, ve la lidia a través de conceptos cultivados a lo largo de su experiencia. Pero la realidad del ruedo casi siempre es más compleja (y rica) que su preconcebida visión. Y se equivoca muchas veces. El sábado último se equivocó unas cuantas en San Agustín de Guadalix. Por ejemplo, cuando pidió la devolución del quinto toro, que pertenecía a la ganadería de Cuadri. Se dañó, por exceso de ímpetu, cuando tropezó al salir del toril. Y embistió codicioso y algo descordinado. Tenía todas las trazas de que se iba a recuperar. Y era bravísimo. Y desbordaba de clase. Y sus hechuras eran perfectas. Y si perdió alguna vez las manos a la salida de los lances con que lo recibió Juan de Castilla fue porque estos eran muy obligados y muy rematados por bajo. Pero, por desgracia, el presidente también era un aficionado sabio, por lo que lo devolvió y nos privó de paladear una bravura que, a buen seguro, habría superado su accidentada merma. 

Luego, negó la segunda oreja a Borja Jiménez, que hizo una buena faena al cuarto -de Baltasar Ibán- y lo mató de una gran estocada, de fulminante efecto. Pero concedió al toro, bravo aunque no tanto, la vuelta al ruedo póstuma. A eso lo tildo yo de arbitrario rigor. Claro que el presidente es un aficionado sabio y yo, un espectador más. Después, se volvió a equivocar cuando negó la oreja, pedida mayoritariamente, a Juan de Castilla, que estuvo por encima del quinto bis y lo mató de una estocada. Digo yo que se creería en Las Ventas.     

Con Rafael Serna, que evidenció desentrenamiento, falta de sitio y, de pronto, un buen trazo en la ejecución de su toreo al natural, el público se mostró correcto. Me gustan los aficionados llanos, me cabrean los aficionados listos  y me agrede la arbitrariedad presidencial con unos toreros poco placeados que se las tienen que ver con toros dignos de una plaza de primera. 

La corrida del mano a mano ganadero entre Cuadri y Baltasar Ibán me dejó un sabor agridulce. Agrio el comprobar cómo un solo puyazo puede destrozar a un toro. Dulce, la bravura de los “cuadris” y la encastada viveza de los “ibanes”. 

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