Toros medio qué
Nobles, sin vigor. Locunos, sin malicia. Incómodos, sin peligro. Todos metían bien la cara en el embroque, ninguno terminaba la embestida. O se arrepentían o derrotaban. Su imperfecta indolencia no invitaba a torearlos. Pero los toreros eran buenos toreros –valor, maestría, arte- y también buenos profesionales –voluntad injustificada, recursos para que lo normalito parezca excelente- y los aficionados –ir a los toros con ese tiempo es de ser aficionados- para quitarse el sombrero.
De modo que vimos cosas. A un Morante sobrado y artista, que ve toro en todas partes. A un Pablo Aguado que también le da fiesta al esaborío y está torero con el mentiroso. Y a un Emilio de Justo valiente y mandón con un toro alocado y saltarín y otro que era un alma en pena. Pero bueno, ¿qué cosas hicieron? Con los “juampedros” de esta tarde, las cosas se transforman en cositas. No todas, claro. Aguado hizo un principio de faena a l tercero de la tarde, inspirado, torerísimo. Además, eso de que torea a media altura y acompaña es un tópico, baja la mano y torea de verdad. De Justo estuvo valentísimo con dos toros díscolos e indolentes. Y Morante toreó por morantianas, con eso está dicho todo. Pero todo se queda a medias con esos toros medio qué. (¡qué miedo me da Sevilla!).