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El Torero

NUEVOS EN LA 1ª FILA – Daniel Luque, maestro del toreo

Antes, lo he comprobado a largo de mi vida de aficionado, se toreaba (se entiende que torear es hacer las suertes con brillantez) o se lidiaba (se entendía que lidiar es bregar o muletear a la defensiva o para poder al toro).

Daniel Luque
Verónica de Daniel Luque. Fotografía: Alberto Simón.

Antes, lo he comprobado a largo de mi vida de aficionado, se toreaba (se entiende que torear es hacer las suertes con brillantez) o se lidiaba (se entendía que lidiar es bregar o muletear a la defensiva o para poder al toro). En Sevilla, plaza más adepta al toreo que a la lidia, le dieron un rabo a Armillita por una faena de castigo. En Madrid, que a veces valora tanto la lidia como el toreo, la afición se relamía cuando Domingo Ortega desengañaba a un toro correoso. Ahora, el aficionado, en cualquier plaza y con algunos toreros, muy pocos, tiene la oportunidad, rara, de ver lidiar y torear al mismo tiempo a toros correosos, de embestida bronca y aviesa.

Pero el grandioso espectáculo de la maestría fundida con el arte no se valora lo suficiente, porque el aficionado actual es más sensible al toreo bonito y menos receptivo al toreo cabal, el que arranca suertes al toro que se niega a embestir, o acomete sin emplearse en el engaño. Es lo que sucedió en Madrid durante la pasada Feria de Otoño cuando Daniel Luque se las vio con dos cinqueños nada aptos para el triunfo. El primero, muy áspero, y el segundo, dispuesto a que no le dieran un pase. A los dos los cuajó. Al primero lo pulió y consiguió que sus embestidas sin clase aceptaran un toreo enclasado. Con el segundo hizo una de las faenas más importantes de la temporada, porque no tenía un pase y los tuvo. Es cierto que cortó la oreja del primero, pero me pereció escandaloso que la gente no pidiera con fuerza la del segundo. Para mi, una faena misteriosa, pues nunca supe cuáles fueron las claves técnicas que hicieron pasar a un toro empeñado en no obedecer.

Si yo fuera un sabio conocedor del toreo, estas líneas desvelarían los magistrales recursos del torero sevillano. Me limitaré, pues, a una simple reflexión sobre el valor como virtud suprema del diestro que sabe calibrar con lucidez el peligro de un toro. Porque el de Daniel no es el valor que depara haber comprendido dicho peligro para responderle con una maestría capaz de burlarlo, sino el valor a sabiendas de que la técnica tal vez no sea suficiente para que el toro obedezca, y por tanto, que el toreo se base en una apuesta consciente entre la suerte o la muerte, un cara o cruz inteligente pero a ciegas, el supremo valor.

La actuación de Daniel Luque colmó mi afición. Pero salí de la plaza con un sabor agridulce. Porque no pude ver al artista excepcional que es Daniel, ni el deslumbrante toreo a la verónica que hizo en Sevilla ni el trazo bellísimo de sus muletazos mandones y templados de Dax. Pero le vi lidiar mientras toreaba. Y no me importó que ni en Sevilla ni en Madrid haya sorteado un toro bravo de verdad.    

En años de mejor afición y no mejor toreo, Luque se habría consagrado en Madrid. Empiezo a dudar de las orejas como vara de medir a los toreros. Los presidentes, y algo también los públicos, han perdido conocimiento. Porque el diestro de Gerena demostró en Las Ventas que es un gran maestro del toreo. Mereció la Puerta Grande.

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