Manolo Montoliú, torero de elegante estampa
Conocí a Manolo Montoliú cuando militaba en la cuadrilla de Antoñete. Era una cuadrilla estupenda –todos, Manolo, Martin Recio, Periquito y Antonio Caro- que se adaptó a la visión del toreo que tenía Chenel. No arrinconaban al toro en un burladero para que el matador lo llamase desde los medios antes de la primera vara. No, el toro tenía que quedarse donde hubiera terminado la brega de recibo y sostenerle allí sin darle un solo capotazo. Ni tampoco cerrarlo en tablas al comienzo de la faena de muleta, sino dejarlo a su albedrío donde quisiera estar. En banderillas le gustaba ser espectador de Montoliú, tanto con la capa como con los palos. Con la capa, decía Antoñete, le enseñaba mucho el toro, Casi siempre le confirmaba lo que él había visto, pero a veces le descubría un toro. Con las banderillas disfrutaba el maestro y disfrutábamos todos. Tenía solo un par, pero era gallardo, señorial su ir paso a paso a la reunión, era elegante su temple a la hora de clavar asomado al balcón y torerísima su manera natural de salir de la suerte: la composición no compuesta, la facilidad elegante, un desparpajo aristocrático.
Solo he conocido a dos toreros a lo largo de mi vida de aficionado que hayan sido figuras por una sola cosa. Dámaso Gonzalez no decía nada con la capa, ni con su mano izquierda en la muleta, ni era un estilista matando ¡y fue un figurón del toreo! Pues Manolo Montoliú, lo mismo. Tenía un solo par y fue la primera figura de los banderilleros.
Hace 30 años que le mató un toro en Sevilla. Fue una muerte seca, como la de Yiyo, como la de Víctor Barrio. La afición se vino abajo. Unas semanas antes habíamos visto un corrida juntos en la plaza de Valencia. Veía la lidia con justeza y tolerancia. Era un torero de elegante estampa y también un aficionado de buen talante. Es significativo, pasan los años y todavía su par, su único y elegantísimo par, sigue vivo en la memoria.