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Editorial

EDITORIAL – El antiguo régimen taurino ha muerto

UNO. La pandemia del coronavirus ha marcado la hora cero de la tauromaquia. La paralización de todas las fiestas de toros puso en evidencia que el sector taurino había quedado a la intemperie. No porque se detuviera la actividad –eso les sucedió a otros sectores de la industria cultural-, sino por un absoluto vacío institucional. ¿Quién negociaba la crítica situación con el Ministerio de Cultura –del que depende la tauromaquia como patrimonio artístico- o con las Comunidades Autónomas –que la supervisan y redactan sus reglamentos-, la Fundación del toro de lidia –no interrelacionada con las Asociaciones Profesionales, ni con las Federaciones que agrupan a los aficionados-? ¿Podían hacerlo en nombre de todos los gremios taurinos unas asociaciones profesionales que tan solo defienden los intereses de sus respectivos colectivos?

Quedó entonces al descubierto un sector descabezado, sin un órgano superior que represente los intereses de la Fiesta en su conjunto, con autoridad para hablar en nombre de todos sus actores. Se comprobó, además, que el mal venía de lejos. El sector de la industria taurina caminaba cuesta abajo porque no había respondido a los siquientes retos:

No se había dado respuesta a la hegemonía del relato animalista, delirante en casi todos sus supuestos, eficaz en su anclaje social por sus primarios postulados, pero fácilmente rebatible porque los argumentos de la tauromaquia son sólidos, incustionables científica, ética y culturalmente. Nadie, ninguna institución taurina supo convocar un grupo de expertos que lo construyera, ni en consecuencia se pensó en una campaña de divulgación que lo difundiera.

Ante el cerco de silencio de los grandes medios de información –cadenas de TV-, que han alejado durante las dos primeras décadas de este siglo el toreo de la sociedad-, el sector no puso en marcha una política de comunicación de la Fiesta, aprovechando la gran fase de calidad ofrecida por el elenco de toreros y por la notable evolución de la bravura.

No se arbitraron auditorías de la actual corrida de toros que, al margen del nivel taurómaco de toreros y ganaderos, ofrece una lidia desequilibrada, con dos terceras partes del espectáculo, el primero y el segundo tercios, puramente funcionales, carentes –salvo contadas excepciones- de la relevancia que tuvieron en otros tiempos.

Es culpable todo el sector de la indiferencia o pasividad absolutas frente al acoso y derrribo de la tauromaquia de base por parte de una burocracia cara y disuasoria, a lo que se suma una pasmosa sumisión ante los pliegos adjudicatarios de las grandes plazas, que han destruido el sector empresarial de la tauromaquia.

DOS. Así las cosas, la Pandemia radiografió la realidad taurina con absoluta precisión, Para bien y para mal. Para mal, la retirada cobarde de las grandes empresas, que se recluyeron en un voluntario exilio, escepto la siempre cuestionada casa Matilla, que estuvo muy activa, detrás de muchos festejos y protagonizando una inviable feria de San Isidro en la plaza madrileña de Vista Alegre, excepcional en su nivel artístico y ganadero, pero funesta en su estrategia comercial. Para mal, la incapacidad de interlocución de la Fiesta con un gobierno de la Nación de una cruel indiferencia hacia la tauromaquia como hecho cultural: 1/ Parciales y ridículos apoyos oficiales a la ganadería de bravo, forzada a una sustancial autoeliminación  de sus reses, con gran pérdida de su patrimonio genético. 2/ Insolidaridad institucional ante la situación de paro que afectó a los toreros en todas sus categorías. 3/ Caricaturesca reconstrucción de la Fiesta liderada por la Fundación Toro de Lidia y basada en circuitos precarios –corridas de cuatro toros y carteles carentes de interés, que, lógicamente, no llevaron gente a las plazas, así como ciclos de novilladas que no se cuestionaron su obsoleto formato. Y 4/ Indiferencia absoluta ante la peligrosa situación en que se encontraron sectores nunca tenidos en cuenta pero imprescindibles para la programación de la Fiesta: cuadras de caballos y talleres de útiles al borde del abismo. (¿Se podrán celebrar todas las corridas que se programen la próxima temporada si las cuadras de caballos se han visto obligadas a desprenderse de casi todos sus équidos? ¿Habrá útiles suficientes para las mismas, si de los tres talleres que proveen a la Fiesta, uno de ellos ha anunciado su cierre?).

TRES. Por fortuna, para bien se han alzado muchos protagonistas de la Fiesta. Varios empresarios emergentes, siempre frenados por el sistema, han dado la cara y demostrado que la Fiesta está viva si se hacen bien las cosas. Las prestaciones de José María Garzón han sido deslumbrantes en Córdoba, El Puerto de Santa María, Santander y Málaga. Tauroemoción se ha mostrado como empresa joven y activa, con desiguales resultados. Carmelo García no se ha arredrado en sus placitas del Sur. Carlos Zúñiga ha mantenido viva la llama en El Puerto (eso sí, con ayuda de Morante), en Aranjuez, en Colmenar Viejo. Finalmente, dos grandes empresas, las de Sevilla y Madrid, devolvieron la esperanza a la afición con dos ferias deslumbrantes, la de San Miguel, con boletos carísimos, y la de Otoño, con boletos para todos los bolsillos. Y es justo reconocer que la labor de Canal Toros, de Movistar + ha sido una pieza fundamental que ha hecho posible la programación de casi todos los grandes festejos. El mensaje de que la corrida está viva era necesario y ha llegado a la inmensa minoría de aficionados suscritos a dicho canal en todos los países taurinos.

CUATRO. El impulso más importante, lo que ha confirmado la vitalidad y continuidad de la Fiesta, en medio de su vacío institucional y del desapego del gobierno de la Nación, lo han dado los toreros, en todas sus categorías. Porque para matenerla han renunciado a buena parte de sus honorarios. Porque han protagonizado una fragmentaria temporada con toros cinqueños, por lo general de un trapío impresionante -en plazas de tercera y cuarta se han lidiados toros aptos para plazas de primera-. Y porque, tácitamente, han puesto en cuestión el fenecido y antiguo régimen de la tauromaquia, ese orden atrabiliario al que todos los aficionados llaman “sistema”, el mismo que impedía la renovación del escalafón por diversas causas: la desinformación que destruyó el concepto de “novedad”  del que antaño se beneficiaban los nuevos valores, las manos libres que otorgó a las empresas total libertad para el cambalache con los toreros de sus áreas de influencia, lo que ha permitido consolidar a unos ases que no siempre merecían su privilegiada posición. Pues bien, su autoexilio o sus pocas comparecencias dejaron el hueco aprovechado por jóvenes espadas o diestros en fase de ascenso para reconfigurar una primera fila interesantísima. Al respecto, evoco los nosmbres de Diego Urdiales, Emilio de Justo, Juan Ortega, Pablo Aguado, Daniel Luque, Ginés Marín. Pero el maestro que ha tirado del carro de la Fiesta en su coyuntura más crítica es Morante de la Puebla, protagonista de una temporada sin parangón en la historia del toreo. Dueño de una tauromaquia amplísima, clásica y vanguardísta, con un repertorio deslumbrante en los tres tercios de la lidia (sus estocadas a los toros que cuaja son de una pureza excelsa), listo para enfrentarse con brillantez a toros de diferentes encastes (de Miura a Juan Pedro Domecq), prestando ayuda a los cosos rurales y a las plazas más importantes del toreo, ha reunido en todas sus actuaciones el valor, la maestría y el arte. Jamás había sucedido tamaña conjunción en un torero certeramente calificado de artista. La temporada de Morante en 2021 es el comienzo de la hora cero de la tauromaquia, el parteaguas del futuro. Dios quiera que sea el anuncio de un nuevo régimen para la tauromaquia. Miren ustedes por donde, gracias a un torero de arte, en el año de la Pandemia, ha dado comienzo el siglo XXI del toreo. 

¿Tomarán nota todos los actores de la Fiesta? ¿Se organizará la tauromaquia como un sólido sector de la industria cultural? Tres mil años de historia taurina contemplan estos agitados días. Seguiremos informando.

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