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EDITORIAL – Hace 40 años, Paco Ojeda revolucionó el toreo

FOTO ARJONA

Hace 40 años, Paco Ojeda revolucionó el toreo

Para el aficionado a los toros es un privilegio vivir alguno de los períodos en que cambió el arte del toreo: el acto fundacional de Costillares cuando dividió la lidia en tres tercios, la depuración de Paquiro cuando eliminó los empeños sin toreo de su repertorio torero, el descubrimiento de Curro Cúchares de que la muleta no solo servía para matar sino también para torear, la ley belmontina que impuso los tres tiempos de la suerte, cite, reunión y salida para lo que hay que parar, templar y mandar, el toreo ligado en redondo iniciado por los “Gallos” y consumado por Chicuelo, la faena de muleta estructurada en series por Manolete y la disolución por Ojeda de los terrenos del toro porque no se torea al toro sino a sus ojos y quien manda en los ojos del toro es dueño absoluto de su embestida y rompe la geometría que divide los terrenos del toro y del torero.

Yo viví esta última revolución del arte de torear. Como todas, la de Paco Ojeda supuso un corte de las leyes estéticas que regían la tauromaquia. Que todos los terrenos sean del torero y el toro obedezca imantado al engaño, circunvalando al mástil enhiesto que lo obliga a girar sobre sí mismo tejiendo los “ochos” que la muleta impone, fue un tsunami revelador que destruyó la vieja razón taurómaca y deslumbró a los espectadores. El toreo es un arte esencialmente demiúrgico: que un toro embista a un trapo raya en lo milagroso, pero que lo haga como se le ocurrió a Ojeda es un misterio cuántico que rompe las leyes de la geometría y eso es mucho más que un milagro. 

¿Un milagro? Los milagros no existen. Existen leyes ocultas que destruyen la lógica de las leyes existentes. Y en el origen del toreo está el jugar a descubrirlas. Es la lógica ilógica del arte de torear, que dijo Marceliano Ortíz Blasco, profundo ojedista. Sí, el ojedismo era una tauromaquia imposible hecha posible. Y como los toreros – no  solo los genios, como Ojeda- son rápidos de entendimiento, la asumieron con rapidez, incluso los que de boquilla la negaban. Gracias al toreo ojedista vi por primera vez en mi vida a Antoñete dar un pase de pecho verdaderamente forzado –me lo habían contado pero nunca lo había visto- a un toro de Torrestrella, y a Capea ligar sin enmienda un trincherazo a un derechazo. Más tarde comprobé que sin Ojeda, Talavante no sería Talavante, ni Roca-Rey torearía como torea. 

Pero hablar solo de tauromaquia –le técnica de torear- no es hablar del toreo –arte de torear-. Y cuando se trata del genio de Sanlucar, fue tan sustantiva su aportación a la evolución del toreo que siempre se olvida analizar el arte con que toreaba. Pero no lo van a hacer estas líneas que ni esbozan sus descubrimientos taurómacos. Me limitaré a transcribir lo que un día me dijo Pepe Bergamín: “Cuando torea con la izquierda, Ojeda tiene tronco de andaluz profundo, como Manuel Torre”. Me encantó la frase del sutil escritor. Aunque yo hubiera cambiado a Manuel Torre por Manolo Caracol. 

Finalmente, una confesión. Como los periodistas nos agarramos a cualquier “percha” para escribir de lo que nos gusta, vamos a celebrar los 40 años de la tarde de los seis toros de Ojeda en Sevilla, aquel 12 de octubre del 82 en que se proclamó primera figura del toreo, para seguir escribiendo de Ojeda. Primero nos felicitamos porque una respetable institución como la Asociación Taurina Parlamentaria haya premiado al sanluqueño, el último gran inventor de la gran historia taurina del siglo XX. Y después, hagamos una referencia al toro, pues toda revolución torera entraña una evolución drástica de la bravura. Así como Cúchares descubrió la embestida deslizante de los saltillos y Belmonte obligó a todos los encastes a cumplir los tres tiempos de la embestida, y Chicuelo y Manolete la ligaron en espiral, Ojeda extrajo, sobre todo de los Núñez/Domecq la bravísima imantación de los ojos del toro a una ligazón interminable, reversible La tauromaquia ojedista fue una vanguardia que se impuso hace 40 años y hoy es un clasicismo que revive revive todas las tardes de toros en la muleta de los toreros cuando torean de verdad.   

José Carlos Arevalo.

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