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El Ojo Crítico

EL OJO CRITICO – ¿Cómo potenciar el toreo de élite?

por José Carlos Arévalo

La pandemia y sus consecuencias.  Una de ellas afecta a la élite del toreo, al escalafón  de matadores de toros. No es tan grave como la crísis de la tauromaquia de base, a la que próximamente me referiré, porque de ella depende el futuro de la Fiesta. Pero la problemática de los matadores exige un urgente reordenamiento de la programación, porque en ella se basa el presente de la Fiesta. 

El conflicto viene de largo. Hace muchos años, a mediados del pasado siglo, se produjo el desajuste. Aumentó exponencialmente el número de diestros y solo en los años 90 creció el número de corridas. Con la crísis económica del año 8, aumentada por la pandemia de coronavirus, el descenso de festejos fue alarmante. Además coincidió con un elenco de toreros francamente numeroso, y, algo no habitual, con espadas de alta calidad. (Sé que esta afirmación no la comparten muchos aficionados y tampoco algunos toreros, pero no la voy a argumentar, siempre me ha molestados razonar lo obvio). 

El caso es que esta positiva realidad se devaluaba al instante por culpa de un hecho novedoso: la tauromaquia había sido expulsada de casi todos los medios audiovisuales, los que más atención concitan en las masas, y su consecuencia fue que todos los toreros, absolutamente todos, habían pasado a ser ídolos de un gran gueto, el de los aficionados, pero la calle, o sea el público, no advierte su presencia ni cuando atraviesan andando la Gran Vía. Temporadas como las de Morante, Roca Rey, El Juli; novedades como las de Pablo Aguado, Juan Ortega, Tomás Rufo; resucitados como Daniel Luque y Emilio de Justo, habrían puesto las taquillas de las plazas de toros a revientacalderas hace tres décadas. ¿Qué hacer?

Algo hay que pensar para que la programación de la temporada no persista en la pauta habitual de basarse en las ferias. Tal vez haya que mirar lo que hacen otros. Por ejemplo, los deportes que jerarquizan según méritos indiscutibles, basados en competencias irreprochables. Me consta que el toreo es más difícil de evaluar, porque la importancia no se mide siempre con orejas. Si nos fijamos en el último San Isidro, los triunfadores en orejas no fueron los verdaderos triunfadores en el ruedo. No, se trata de copiar banalmente, ni de convertir las orejas en goles. Pero sí de dotar de nuevos incentivos, de nuevos argumentos a la ferias. Más competitivos, más excitantes. Que no se vea en ellos la mano del empresario, ni la influencia del torero, Que estén cargados de intriga y de expectación. Porque hay otra manera de programar el toreo. O el escalafón de empresarios se pone las pilas o la renovación de su gremio está a la vuelta de la esquina. ¿No se han preguntado que el desinterés mediático por el toreo se debe a su opaca, burocrática y previsible programación? ¿No han evaluado el coste que supone para la difusión de la Fiesta que este año bastantes buenos toreros se queden sentados en casa? ¿No se han dado cuenta de que no son los dueños de las plazas que gestionan? Oído al parche: se avecina un nuevo tiempo para la tauromaquia. 

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