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El Ojo Crítico

EL OJO CRÍTICO –   Los toreros en una Fiesta en crisis 

por José Carlos Arévalo

Hace unos sesenta años, en tiempos de El Cordobés, cuando nadie ponía en duda la pujanza de la Fiesta, la cifra anual de corridas no superaba las quinientas. A principios de este siglo, antes de la gran crisis del año 2008, cuando el mensaje animalista había calado en la sociedad urbana, el número de las mismas llegó a las mil. Y tras la crisis económica su cifra superó por poco las que se celebraban en tiempos de Joselito y Belmonte: apenas las trecientas.

La crisis taurina se atisbó a principios de siglo

O sea, que las cifras son indicativas si se saben interpretar. A finales y principios de siglo su número aumentó debido a la bonanza económica, por lo que los abonos de las ferias crecieron más allá de la demanda de corridas no partiera e los aficionados ni del gran público, pero los bolsillos estaban llenos y el exceso de festejos no provocó la menor resistencia. En consecuencia, creció el número de matadores en el escalafón superior, los veteranos no se retiraban y los recién llegados encontraban hueco en bastantes carteles. El escalafón de novilleros sí detectó la anomalía de un crecimiento no demandado por el mercado taurino. Las novilladas habían comenzado a no interesar, salvo en los casos muy concretos de novilleros muy taquilleros que creaban el espejismo de que estos festejos menores sí atrían. La irrupción de El Juli fue el último ejemplo de un novillero que interesaba más que los matadores. Pero el hecho de que fuera un caso único, no pudo ocultar la realidad: las novilladas se mantenían gracias al dinero sobrante, a una figura inédita en el mundo del toro, el ponedor que finanaciaba festejos para financiar a un determinado novillero, por lo común sin calidad para situarse en la Fiesta. Se produjo entonces una situación atípica e irrepetible: centenas de novilladas… a plaza semivacía. 

La Fiesta tocó fondo antes de la Pandemia

Tras la crisis económica, la Fiesta apenas se rehizo. Los festejos no volvieron a sumar más que el número de corridas demandadas por el mercado, una cifra no superior a la de los tiempos de El Cordobés. Unos observadores lo atribuían a que ya no había toreros de la talla de Camino, El Viti, Puerta, etc. Otros, más certeros lo atribuían a que la Fiesta había desparecido en los medios de comunicación y, por consecuente, se había alejado de la sociedad. La segunda explicación era más certera. Se había iniciado ya un inédito proceso, la pendiente del torero, que de ídolo popular hasta los años noventa había pasado a ser un personaje público/anónimo después de la crisis. De ahí que los veteranos se mantuvieran –y se mantienen- sin que los nuevos toreros les acosaran. El nombre de los veteranos sonaba al gran público, prestigiaba los carteles, justificaba la compra del abono, mientras que los nuevos eran simples deconocidos, la figura del torero/novedad había desparecido.

No sabemos qué deriva habría tomado la Fiesta porque la peste del coronavirus paralizó a la tauromaquia los años 20 y 21. Pero la peste cambió muchas cosas. En lo organizativo y en lo artístico. Para empezar ha fijado los límites del mercado taurino: se dan las corridas que demanda y ni una más. Y las novilladas como vivero de toreros y mercado de muchas ganaderías, desaparece. Sobreviven unas pocas, las amparadas por el abono de las ferias y las subvencionadas bienintencionada e ingenuamente. Estas, con planteamientos obsoletos, sin interesar a nadie, celebradas a plaza semivacía, planificadas en su fondo y en su forma con absoluta carencia de dotes empresariales. No las conoce nadie, no las ve apenas nadie, ni cuando las televisan. Su planteamiento es tan obsoleto como el de la Copa Chenel para matadores, puros gaches que desprestigian a la Fiesta. Y si no sufren una amplia crítica es porque nadie critica lo que no existe.

Así que Uno: buenas intenciones y malos resultados; Dos: Zapatero a tus zapatos. Y Tres: los errores bien analizados señalan el buen camino.  

Un futuro lleno de incertidumbre y esperanza

La Fiesta ya no está en la sociedad española como durante todo el siglo XX, incluida su última década. La Fiesta está metida dentro de un gueto. Mas, para pasmo de los antitaurinos vencedores, resulta que el gueto es muy grande. Es cierto que grandes hechos taurinos, como las dos grandes tardes de Morante, la de San Miguel del año pasado, y la de San Isidro de este año, veinte años antes habrían sido dos acontecimientos nacionales.  Pero no hay acontecimiento sin difusión. En la España de estos días, Wimbledom es un acontecimiento nacional por si Nadal lo gana o lo pierde, pero los Sanfermines no lo son aunque Morante cortase un rabo. Fíjense en el detalle. TVE transmite los encierros para casi todo el planeta, de las corridas no se da una sola imagen en los informativos. ¿Quién es capaz de romper este nudo gordiano? 

José Tomás lo rompe cada vez que torea, llenos y cobertura internacional de cada evento, pero el maestro no asume su papel de figura. Es un automarginado de lujo, un torero de época, el mejor de los toreros. Pero no se puede contar con él. A la inversa que Morante de la Puebla, otro grande del toreo que sí asumió su condición de figura, dio la cara en la pandemia y en la post pandemia. Se solidarizó con todo tipo de ganaderías, todas útiles a la Fiesta, y se acarteló con todo tipo de toreros, todos útiles a la Fiesta. Él ha mantenido encendida la llama del prestigio de la tauromaquia en sus tiempos más difíciles. 

La peste ha aportado, por supuesto sin quererlo, un inesperado marco de renovación. El año fuerte del coronavirus se impusieron los toreros virtuosos del temple que han modificado su manera de ver el toreo a todos los públicos: Juan Ortega y Pablo Aguado, a quienes no por estar fallando este año se les puede negar que han cambiado el gusto del público, de todos los públicos. Junto a ellos, y quizá con más fuerza que ellos, Emilio de Justo alcanzó el rango de figura, y no sabremos como habría sido esta temporada si un toro no lo hubiera inhabilitado hasta ahora. La buena noticia es que reaparecerá en la Feria de Almería.

Otro hecho relevante producido por la pandemia ha sido la toma de posiciones de una joven generación de empresarios, debido al repliegue lógico pero muy conservador de la cúpula empresarial. Todavía los pliegos adjudicatarios de las plazas, más conservadores todavía, cierran el paso a la renovación. Pero la gestión que la joven empresa taurina está llevando a cabo en cosos importantes, no calificados administrativamente como de primera, aunque con solera y solvencia taurina de primerísima, una magnífica gestión este año, el del regreso de la temporada. No obstante, como los grandes empresarios están incurriendo en la misma y precavida oferta: basar sus ferias en lo que, erróneamente, consideran valores toreros seguros en el ruedo y/o en la taquilla. Por supuesto, lo son y además son la mayor garantía de un abono. Pero los carteles los compone una terna, y la conclusión de que hacen falta tres figuras para llenar la plaza no es cierta en la mayoría de ellas. Ahora, excepto tres o cuatro espadas, el resto ni quitan ni añaden gente. Para el empresario,la ocasión es buena porque no rebaja la categoría del cartel pero sí su coste. Y para el aficionado es mejor porque amplía la baraje de toreros a los que ver, y además hay muchos muy buenos y sentados en su casa viéndolas venir.

La situación de la tauromaquia es muy brillante por fuera. Ahí está el mes de junio para demostrarlo.  Pero a esa aparente normalidad le subyacen las cuestiones que se acaban de mencionar. Y para el futuro de la Fiesta no es bueno que sean muchos los toreros parados que merecerían torear con frecuencia. Si las cosas continúan por ese reguero, la Fiesta se vera pronto falta de mano de obra. Podrá aducirse que en tiempos de la Edad de Oro, cuando la tauromaquia llegó a su cenit, en el escalafón había tan solo la cuarta parte de matadores que hoy en día. Pero las realidades muy separadas en el tiempo no son equiparables. Antes, los españoles apenas viajaban, los caminos eran intransiyables, los medios audivisuales de masas no existían, y un aficionado podía ser un feroz partidario de un torero al que había visto cuatro o cinco veces en su vida. Pero de él sabía puntualmente, todos los días, a través de la prensa. Hoy los aficionados, la población del gueto taurino, los ven diez o quince veces por temporada sin moverse de casa, gracias a Canal Toros, la televisión del gueto. 

Y ahora, la gran pregunta, ¿quién sacará a la tauromaquia del gueto? Para responder a la cuestión clave de la Fiesta actual, lo primero es saber por qué los medios la enclaustraron y por qué las autoridades están encantadas de de verla ahí encerradita. Pero de todo esto escribiré otro día. No quiero ponerme más pesado de lo que soy. Hasta mañana. 

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