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EL TOREO – Daniel Luque, el toreo y la música

Fotos Alberto Simón

Si estas líneas fueran de una crónica, la de la corrida del Motín, dirían que Daniel Luque no amotinó al pueblo de Aranjuez, pero sí lo conmovió. Sucedió por una de esas situaciones mágicas que a veces suceden en una plaza de toros. Resulta que el quinto de la tarde, perteneciente a la ganadería de Santiago Domecq, era un bicho a contraestilo de la casa y del toreo. No alto sino altísimo, no escurrido sino escurridísimo, y lamido de cara como una vaca no vieja sino viejísima. Y resultó que el de Gerena se puso a torearlo como si lo respetara, como si no hubiera oído la pita con que lo recibió el cónclave ni las protestas que acompañaron su presencia durante el primer tercio. Entonces la gente se sorprendió y hasta apaciguó su cabreo. Tuvo la culpa la destreza y la entrega con que el diestro abrió su faena. Y aunque fue excesivo que la banda empezara a tocar, su precipitación tuvo una inesperada virtud: la música consiguió no ser el fondo festivo que celebra el toreo sino un cómplice mayestático de la faena. Porque no sonaba un pasodoble sino una marcha a paso lento, procesional, que se acoplaba a un toreo solemne y mandón. El toro era bronco, sus embestidas cortas y a media altura. Y el torero las acopló con la precisión de un péndulo al compás pendular de la música. Sus muletazos dirigieron entonces a la banda y el llanto bello de la música se fundió con la verdad de unos muletazos puros y esculpidos. Y el maridaje de música y toreo golpeó y conmocionó a los corazones. Fue una faena larga, intensa. Fue toreo con pentágrama. Y cuando calló la marcha, se paró para siempre el toro y una estocada hasta los gavilanes le dio la muerte más solemne que jamás hubo en plaza alguna. Nunca había visto una faena así y nunca la volveré a ver. Su deslumbrante autor fue, lo repito, Daniel Luque. La marcha se llamaba “Caridad del Guadalquivir”, y lamento desconocer el nombre de quien la compuso. Pero siempre recordaré el día 8 de septiembre en Aranjuez. Fui, con todos los espectadores, un testigo privilegiado de la música sagrada del toreo.         

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