El Torero
EL ÚLTIMO MALETILLA – Cap.1 Mi primer día de capa y las diez mil pesetas

Recuerdo como si fuera ayer el sentimiento que me invadía. Era un día de invierno de hace muchos años. Recuerdo que soñaba despierto mientras me desplazaba desde Carabanchel hasta la plaza de Las Ventas. Algo me decía que debía ir a verla y que al mirarla encontraría la respuesta. Bastaron unos minutos. El día siguiente sería el primero de mi vida como capa.
Yo tenía entonces trece años y no dije nada en mi casa para que nadie me disuadiera. Así que cogí un bus y me fui a Salamanca. Partí sin saber donde iba a dormir ni donde quedarme. Para empezar me fui al cruce de la Fuente de San Estebán y nada más llegar me orienté de un tentadero. Parecía que la suerte estaba de mi parte. Era en la antígua finca de El Viti. “Traguntía”, y haciendo dedo allí me presenté. Y la suerte si hizo más grande, porque allí había diez vacas, dos matadores locales como invitados, un sevillano, Manuel Jesús el Cid y yo solo como aficionado. Me hinché de torear las de Garcigrande, que salieron extraordinarias. Todo parecía un sueño, creía que en cualquier momento me despertaría en mi cama carabanchelera. Pero no lo era. Y desde aquel momento, sin yo saberlo, empezó mi enganche con el veneno del toreo, mi veneración por el toro y mi encuentro con la libertad más absoluta.
Terminó el tentadero, y aunque estaba canino mi educación de familia humilde hizo que declinara la invitación de los ganaderos a picar algo y también porque por dentro estaba lleno. Si esto era ser maletilla, ostias, me gustaba. Pero el cuerpo me pedía soledad. Salí de la finca y anduve por la carretera cerca de dos horas. No pasaba ni cristo y ya era de noche. Por fin, unas luces iluminaron mi espalda. Era el coche del Gallo de Morón, que por entonces apoderaba a El Cid. Pararon y me subí. Recuerdo que el maestro, en el transcurso del trayecto, me dijo, chaval tu vas a funcionar en esto, te lo digo yo, y a continuación me dio diez mil calas, que me supieron a gloria porque todo el dinero que tenía lo había gastado en el billete del autobús. Me dejaron el cruce, allí le conté mi primer día de aventuras a ese ángel de los capas que es Nito. Me senté a la lumbre para asimilar mi primer día de ida torera, y aunque esa noche dormí en un guadarnés de aperos de caballos sobre un colchón lleno de ratones, la bohemia y el sueño del chico que quiere ser torero me hicieron sentir que estaba en una habitación del Gran Hotel. Pero lo que no sabía era que aquel día había cambiado mi vida para siempre.
El ultimo maletilla.

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