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El Torero

NUEVOS EN LA 1ª FILA – El secreto de Emilio de Justo: saber torear

Como al resto de los aficionados españoles, la pregunta ¿qué pasa con Emilio de Justo? me vino de Francia. Yo le había visto de novillero en Madrid y me pareció que tenía un buen concepto del toreo.

Emilio de Justo
Gran muletazo de Emilio de Justo. Fotografía: Alberto Simón.

Como al resto de los aficionados españoles, la pregunta ¿qué pasa con Emilio de Justo? me vino de Francia. Yo le había visto de novillero en Madrid y me pareció que tenía un buen concepto del toreo. Algo que he apreciado en no pocos novilleros que nunca llegaron a nada. Y olvidé que existía. De improviso, una llamada de mi hijo Antonio, que vive en Francia: “He visto a un buen torero, se llama Emilio de Justo. Voy a escribir un libro con él”. Días después, Julio Fernández, veterinario experto en el toro de lidia y gran aficionado, me dice: “Un paisano mío ha hecho un faenón a un torazo de Palha en Céret”. Al poco, su paisano, Emilio de Justo, vuelve a España tras arrollar en Francia. Veo en Madrid a un torero de corte joselitista, asentado, sin desclavar los pies de la arena de principio a fin de las suertes, con una cintura elástica y un trazo asolerado. Y hace el toreo al toro que se presta y al que no. O sea, un torero que sabe torear.

Pero en ese saber torear hay grados. Técnicos y artísticos. Y en una puntuación de 0 a 10, le pongo un 7. En la Feria de Otoño de 2018, abre la Puerta Grande de Las Ventas porque se ha impuesto a dos “tíos” con mucho que torear. Y me llega el libro de mi hijo, una larga conversación de un buen aficionado con un buen torero: “Emilio de Justo, las claves del triunfo”. Son las clásicas: saber, querer y poder. Pero lo que más me interesa es el pensamiento taurino de Emilio: una lucidez poco común para hablar de los distintos comportamientos del toro, una prudencia sincera para enjuiciar su toreo y para explicar lo que es torear. Registro en sus palabras la inteligencia natural que siempre he detectado en los grandes maestros. Y le vuelvo a ver en España. Y le descubro un toreo profundo, de trazo clásico, de torero de dinastía que, sin embargo, lo es por generación espontánea. Y, ya en las atípicas temporadas de la Pandemia, me asombran sus triunfos en los mano a mano con Enrique Ponce. Y me sorprende su regularidad de figura. Y me pasma con la facilidad que entra en Sevilla. Y levanto acta de sus dos últimas comparencias en Madrid, cinco orejas, dos Puertas Grandes, lo que no sucedía desde 2006, con José Tomás, que cortó siete. Y, finalmente, no me sorprende su triunfal debut en Aguascalientes. Y me pregunto, ¿a dónde va a llegar este tío? Pero el torero no se lo cree. Y dice: eso, poco a poco, cada tarde un peldaño más.

Si esto hubiera sucedido hace cuarenta años, cuando la Fiesta no estaba secuestrada, Emilio de Justo no podría salir a la calle. Sin embargo, no poco a poco, sino con la contundencia de un martillo pilón, ha llegado a la primera fila. Por una sencilla razón,  sabe torear.

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