FERIA DE SAN ISIDRO – 2ª de abono, (Novillada). Arturo Gilio, la bravura de Los Maños y una plaza glacial

Anomalías: 

1ª la brava novillada a Los Maños estaba muy entipada (bien), pero o los utreros tenían la carne de plomo o las báscula mintió (mal).

2ª Los toristas, que se mostraron tolerantes cuando algunos novillos  besaron la arena (bien), luego se lo montan de rigurosos con toros de otros encastes (ser o no ser).

3ª Que la de Madrid, ¡y en San Isidro!, sea la segunda de la temporada para los novilleros anunciados es anomalía estructural vergonzante (muy mal).

La lidia tiene tres actores, el toro, el torero y el público. La actuación de los dos primeros está clara. Pero pocos son conscientes de la actuación del público. Y sin embargo resulta determinante. Su diálogo constante con el toreo encauza o tuerce, inspira o disuade. Cada pase, cada lance, cada trance obtiene una respuesta expresada en oles, pitos, ovaciones, broncas. Y a veces habla el silencio. Pero hoy, el silencio de Las Ventas no hablaba. Porque hoy el público no ha actuado. Ni para bien ni para mal. Parecía un coro de esquimales invitado a una juerga flamenca. O tal vez era que no tenía la menor intención de parecerse al predispuesto público de Sevilla. Como legítimos toristas, los aficionados se pusieron de parte de la novillada. Y como los novillos les dieron la razón, despreciaron a los novilleros.  

De los novilleros, me gustó el mexicano Arturo Gilio. Parecía un matador de toros. Torea con clase y con verdad. Es variado con el capote y tiene mucha calidad con la muleta. Si hubiera toreado ante un público taurino habría triunfado. Le cogió su segundo novillo al final de la faena. Entró en la enfermería a la que le acompañaron unas tristes palmas. Su cuadrilla, ni salió a saludar. Vaticinio: Arturo Gilio será gente en el toro.

El extremeño Carlos Domínguez no me gustó con su primero, un novillo de orejas al que daba, indolente, dos pases y se iba. Y me agradó en su segundo, con mucho que torear y al que toreó. Su inexplicable actuación solo se entiende cuando se sabe que era la segunda novillada que toreaba este años.

Menos me gustó el toledano Guillermo García. Porque su toreo tiene impronta, pero su actitud es la de un alumno pasando un examen y no la de un joven torero que quiere comerse el mundo. 

Y lo dicho. Lo peor de la tarde, el público. Indiferente ante lo malo y frío ante lo bueno. Cuando una plaza toma conciencia de ser la primera plaza del mundo, se pone muy pesadita.