El Torero
FERIA DE SAN ISIDRO – Cambió el público, no el presidente
Alvaro Alarcón abrió la puerta grande de Las Ventas
Cambió el público, no el presidente
Seamos ecuánimes, cambió el toro. Por favor, ecuanimidad, cambió el novillo… toro. Porque a los seis galanes que embarcó Ricardo Gallardo les faltaban entre tres y un par de meses para ser cuatreños. Se diferenciaban del toro de Madrid por su cabeza, no tan amplia como en las corridas. De haber tenido algo más de dimensión, Fuente Ymbro habría enlotado una auténtica corrida. Mas para que no se enojen los puretas, eran novillos. Y además, bravos. Los seis. En varas, en banderillas y en la muleta. Unos más que otros. Algunos regalaban embestidas, otros exigían que se las toreara. El más bravo fue el sexto, al que dieron la vuelta al ruedo. Por él y por sus hermanos.
¿Cómo era su bravura? Pronta, alegre, elegante, emotiva. Si a veces les faltó ritmo o repusieron con viveza, fue por defecto de los espadas. Si a veces arrollaron la pañosa fue porque hubo deficit de tacto, de temple. Pero dichas mermas la suplieron los tres novilleros con valor del bueno, entrega verdadera, y juvenil, sincera ansia de triunfo. Y como el público era ecuánime –el 7 incluido-, supo sentarse con espíritu abierto y talante generoso a ver una novillada y no una corrida lidiada por tres maestros, sino por tres novilleros que se entregaron, se la jugaron, torearon a ratos muy bien, a ratitos no tan bien. Pero la gente, repito, supo estar, valorar lo bueno y perdonar lo bisoño. Y además, los tres espadas ejecutaron la suerte suprema con hombría y eficacia. El tercero de la terna, Álvaro Alarcón, toledano de Torrijos, se ganó al público con justicia. A mi me ganó al final de su última faena con unos muletazos toreados, relajados, desmayados, los que en verdad le abrieron una Puerta Grande que atravesó con tres orejas en su haber.
El que abrió plaza, un salmantino llamado Manuel Diosleguarde me pareció más hecho, pero algo mecánico en su trazo, quizá presionado por el escenario, y tal vez por ello muy majestuoso en sus andares y saludos. A su primero le cortó una oreja y en el cuarto también superó la prueba.
Pero el que más me gustó de los tres fue Jorge Martínez, un elegante espada, no sé si murciano o almeriense, que anduvo valeroso, torpe y equivocado, obcecado y poco lúcido toda la tarde hasta que de pronto, en la faena al quinto novillo se acopló o lo acopló y nos largó unos muletazos de figurón del toreo, con sello y hondura, algo muy raro en estos tiempos, que pusieron la plaza bocabajo y me dejaron pasmado. Mató al toro de un estoconazo y el presidente, en flagrante transgresión del reglamento le negó una oreja unánimemente pedida. No importa, cuando se tiene el sello, la mediocridad, por ofensiva que sea, no ofende. Aquí hay torero.
José Carlos Arévalo.