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FERIA DE SAN ISIDRO – ​Gran tarde de Román

Fotos Plaza 1/ Alfredo Arévalo

Lo que hizo Román fue enorme, lo que dijo no tanto. Esta segunda observación quizá no sea justa. Porque si la belleza de sus muletazos no estuvo a la altura de su verdad, un velo de injusticia deslegitima estas palabras. Porque el rubio valenciano tuvo la virtud de convertir la gallardía en estilo. Sus pases estaban embargados de valentía, de una entrega y de un valor a la intemperie. Es decir que ante un toro de gran trapío e intimidante bravura, le dio todas las ventajas. Román fue un David sin astucia frente a un Goliat al que trató de igual a igual. Hay que tener muchos redaños para dejar voluntariamente poco picado a un poderoso señor toro e iniciar la faena con la muleta en la izquierda, citarlo a veinte metros de de distancia, aguantar sus fuertes y codiciosas embestidas, pasárselas cerca, muy cerca, conducirlas con mando –su única y legitima ventaja-, torearlas de cabo a rabo, construir una faena de estructura perfecta en series cada vez más intensas por naturales y redondos, siempre de más a más, dejar al toro vacío de bravura y matarlo a matar o morir de una estocada ejecutada con la misma verdad que había toreado. Le dieron una oreja. En su segundo fue cogido, acabó con el toro y pasó a la enfermería con una herida en la pierna.

El toro del triunfo de Román, “Retozón”, nº 8, de 563 kilos, negro, con cinco años y siete meses, pertenecía, como toda la corrida a la ganadería de Luis Algarra. Fue el mejor de la tarde y uno de los mejores de la Feria. Sus hermanos, supongo que reseñados como él por altura, volumen y pitones, no estuvieron a su nivel. Pero todos dejaron claro que eran toros de una ganadería que embiste y nos dejaron cavilando sobre los que están en el campo con mejor nota y reata. El tercero era un prototipo, y si hubiera tenido fuerza quizá habría sido el toro de la feria. Era bravo, le sobraba clase pero le faltaba fuerza. La tuvieron los demás, pero su casta, mal comprendida por los lidiadores, se transformó en genio.No regalaron ni una embestida, tenían demasiado que torear. 

Gonzalo Caballero, que tiene buen corte, sufrió una voltereta al recibir a su primero, que lo arrojó al calejón. Mermado, cumplió y no es justo exigirle más. Y David de Miranda mostró capacidad , valor, un capote poco depurado y una muleta tan chica que impedía ver la belleza del trazo de sus muletazos. Ambos estuvieron por encima de las circunstancias. Las cuadrillas, muy bien, tanto a pie como a caballo.

¿Y el público? Madrid, en un abono tan largo no tiene público sino públicos. El de hoy estaba compuesto, como siempre, por los aficionados del 7 que, como siempre, protestaban, y espectadores muy heterogéneos que fueron un buen público cuando el toreo fluyó, y de pronto hacían cosas raras, como jalear al Atlético, una especie de jolgorio surrealista que solo podría explicar un psiquiatra. Son días de esos.    

 

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