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FERIA DE SEVILLA – Cinco toros mentalistas, uno bravo. Y Morante
Cinco toros mentalistas, uno bravo. Y Morante
El toro es un animal singular. En la plaza es un mentalista y se diría que cambia los estados de ánimo del público a su voluntad. Euforiza o adormece, aterroriza o aburre. Hoy la corrida de Jandilla, noble y con clase, aplatanó al público, por gorda e incapaz de insuflar la menor emoción a los graderíos abarrotados de la Maestranza. Salvo el sexto, bravo y encastado, que sirvió para que Manzanares lo cuajara y la gente saliera contenta.
A la gente no la entendí ni mucho ni poco. Comprendo que la flojera de remos del primero de la tarde la decepcionara. Pero Morante le hizo una lidia inspirada, magistral, torerísima que convirtió el albero de la Maestranza en un espacio escénico inundado por la magia y toreó al toro de una manera tan cabal, tan bella, tan inteligente que no comprendí el comedido entusiasmo que acompañó la actuación del genial torero. Me decepcionó en esta ocasión el público sevillano, ¡si lo interesante era cómo el de la Puebla convertía en belleza los defectos del toro! Y me decepcionó el presidente, que se puso a contar pañuelos en vez de premiar por derecho una obra de arte mayor.
El resto de la tarde me aburrió hasta el sexto toro. Y es que la la nobleza unida a la blandura banaliza el toreo: si no lo invade el peligro carece de interés. Por eso no se valoraron en su justa medida los derechazos de Diego Urdiales al desinflado quinto, que fueron unos muletazos de ensueño, por su trazo y por su temple. ¡Qué gran torero!
Por fortuna, el sexto de la tarde disolvió el tedio provocado por los cuatro hermanos que le precedieron. Fue pronto, vibrante, codicioso. Y como Manzanares le plantó cara y lo toreó con el empaque que le es propio, la Maestraza se despeertó, vibró, jaleó el elegante, ajustado, comprometido toreo de muleta de Manzanares. Además. lo mató en la suerte de recibir, con un pinchazo hondo que bastó, y le dieron la oreja.
Los toros de Jandilla tenían una bravura ahogada por los kilos. Bajos, bien hechos, armónicos de pitones, no pudieron con el exceso de kilos que transportaban. Por algo el único que embistió con cabalidad fue el 6º, el de menos peso.