FERIA DE SEVILLA – Roca Rey se consagra como primera figura del toreo

Roca Rey se consagra como primera figura del toreo

Por lo visto en la Maestranza había 12 mil tontos y un listo. El listo le negó una oreja a Roca-Rey. Para no premiar una faena interrupta por culpa de un toro que se quedó sin fuelle después de que Andrés hubiera puesto la plaza bocabajo con un inicio, ¡torerísimo!, por pases cambiados de rodillas, en los medios, que asustaron al miedo. Luego, suplió las imposibles embestidas del desfondado burel con un encimismo cabal. El toreo contiene dos verdades, la de torear y la del heroismo cuando no se puede torear. ¿Se equivocó la Maestranza con su apasionado entusiasmo? ¿Ha cambiado su público? Si es así, bendito sea. Prefiero un público vital, desinhibido, libre, que cuatro cursis protocolarios con corbata. 

Les voy a descubrir a algunos doctos compañeros algo que de puro respetuosos no saben: la tauromaquia es un arte dramático que se vive como una fiesta. Y la lidia del sexto toro fue un drama con cogida incluída que terminó en fiesta gracias a una estocada cabal, catárquica, liberadora. Y como el presidente de la corrida, coaccionado por los ridículos guardines del templo o porque a él también se le cruzan los cables, reprimió ese entusiasmo liberador que provocan las grandes estocadas después del comportamiento heroico de un torero, y los aficionados libres hicieron bien en llenar el ruedo de almoadillas.    

En su primer toro, Roca Rey hizo una clamorosa faena, en el toreo cambiado y en el toreo fundamental, que combinó dos emociones, la del riesgo y la del arte. Una faena que de no estar la Maestranza sometida desde hace años a los burócratas del toreo, bastaría para abrir la Puerta del Príncipe, algo que sucedía en este ruedo hace cien años, cuando por lo visto los aficionados eran tontos perdidos.

Dichas estas verdades, les confieso que estoy a matar con el mundo. Porque también me decepcionó que un público tan cabal con Roca Rey respondiera comedidamente ante la genialidad de Morante. En su faena al cuarto de la tarde, con el capote y la muleta, no solo hacía el toreo sino que lo inventaba. La premeditación estaba prohibida, todo era imrovisación: inspiración que primero respondía a las virtudes del toro y después a sus carencias. ¡Qué verónicas! ¡Qué naturales y derechazos! ¡Qúé pases de pecho! Duende, ángel, gracia, melancolía, desprendían los engaños al poner luz, una luz iridiscente y reveladora, a las embestidas, ora francas, ora cansinas, de un toro que no se merecía un torero tan bueno. 

Porque los toros de Núñez del Cuvillo no estuvieron a la altura de esta gran cita con el toreo. Genéticamente bravos, parecían alimentados engañosamente, con pienso barato y a última hora engordados, no eran fuertes sino fofos, con salidas vertiginosas y de inmediato desfondados. El lote de Juan Ortega, una mierda de lote, me produjo un gran enfado, porque me impidió ver torear al torero que torea como a mi me gusta. Pero como el que tiene retiene, espero resarcirme en Madrid.

Reflexión que indignará a los aficionados y periodistas beatos: hoy hemos visto en Sevilla al Manolete y al Pepe Luis de nuestro tiempo. ¡Sacrilegio! 

Consejo al aficionado: no hagáis caso a los burócratas del toreo que siempre niegan el presente de la tauromaquia. Cuando llegan a viejos lo adoran y vuelven a criticar el nuevo presente. Son especímenes misantrópicos, que se duelen cuando las cosas salen bien. Como la Feria de Sevilla que todavía no ha terminado.