EntreToros
FERIA DE SEVILLA – Segunda Puerta del Príncipe para el hijo de Pablo
Segunda Puerta del Príncipe para el hijo de Pablo
Si lo que hoy han hecho en Sevilla los rejoneadores lo hubiéramos visto hace treinta y tantos años, hoy sería un día de conmoción para la tauromaquia, como lo fue cuando Pablo Hermoso de Mendonza nos presentó a “Cagancho”. Pero hoy he visto con naturalidad y lógica admiración la brillante lidia de Pablo a su primero y la sorda maestría con que ha dominado a su segundo. He vivido con alegría el triunfo cabal de su hijo Guillermo en sus dos toros y su merecida salida por la Puerta del Príncipe. Y finalmente, he seguido con gusto la entonada actuación de Lea Vicens.
Pero qué quieren que les diga. Al terminar el festejo tenía la sensación de haber asistido a una fiesta de fin de curso, a unos juegos florales, a algo no tan cursi como la entrega de los “goyas”, pero demasiado apto para todos los públicos. Creo que al rejoneo le falta esa emoción tan cabrona que tienen las corridas de a pie. Supongo que es por las puntas que de haberlas tenido, los toros hubieran mandado al otro barrio a cinco o seis caballos al otro barrio. Y nadie quiere eso. Ni el que suscribe. Quien sin embargo sí se asombra de que admitamos con total naturalidad, y los antitaurinos con alegría, que el toro coja a los toreros. Les voy a contar una anécdota. Cuando dirigí a la revista 6Toros6, en una noche de cierre, el día en que un toro hirió a “Cagancho” en Barcelona, a la redacción llegaron varias llamadas telefónicas interesándose por el estado de aquel caballo genial. No me extrañó, pero me dolió que no se hubiera recibido ninguna, jamás, cuando un torero, importante o no, estaba luchando por su vida en un hospital. Vivimos un tiempo raro, con una inversión de valores bastante necia.
Pero no quiero ser aguafiestas y no sigo. Puede que la explicación sea taurina. ¿Por qué en tiempos de “los jinetes del apoteosis” el rejoneo me emocionaba y tampoco había puntas? Por una sencilla razón, aquellos cuatro rejoneadores se las veían lo mismo con una de los hermanos Frías que con otra del Cura de Valverde. No se los dejaban llegar tanto como los rejoneadores actuales, pero toreaban con más riesgo y en el tendido pasábamos canguelo.
Vaya por Dios, ahora voy y me meto con los toros de Capea, que fueron bravos, nobles, alegres, con transmisión. ¿Entonces de qué me quejo? No sé, quizá de que eran bravos, nobles, alegres y con transmisión. Además admiré que movieran su tonelaje –casi todos cerca de los 600 kilos y alguno por arriba- como si fueran utreros vareados. Y eso tiene mérito, aunque no es lo mismo embestir por abajo a los engaños, y seguir embistiendo después del embroque, que embestir con la cara alta al caballo sin necesidad de seguir embistiendo después del embroque. Lo siento, estoy de mal rollo. Y además no tengo remedio. Dentro de veinte días veré el mismo cartel en Madrid. Y encantado.
FICHA: Se lidiaron toros de San Pelayo, bien presentados y de buen juego en conjunto. Pablo Hermoso de Mendoza, oreja y palmas. Lea Vicens, silencio y oreja. Guillermo H. De Mendoza, dos orejas y oreja. Se guardó un minuto de silencio por el 30 aniversario de la muerte de Manolo Montoliú en esta misma plaza. |