O los toreros torean mejor que nunca, o los toros embisten con más fijeza que nunca. He dicho fijeza, una virtud cardinal de la bravura. Porque entraña compromiso ante el cite y ninguna duda en la embestida. Y la ofrecen casi todos los toros. Pocos son los que no responden al toque que siempre imanta su mirada al engaño.
Y sin embargo no todos, ni mucho menos, embisten bien. Pero, ojo, malean su embestida después de haber hecho bien el embroque. Entonces pueden arrepentirse y frenarse, o perder celo en el engaño, o medio pararse con la cara alta, o buscar al hombre que se habían dejado atrás.
Así pues, comprobada la prontitud y fijeza iniciales del toro y luego su deteriorada embestida, los interrogantes ante tan flagrante contradicción son los siguientes:
¿Se ha seleccionado nobleza y no bravura? Problema genético.
¿El estado físico del toro conspira contra su bravura? Problema de manejo: nutrición, preparación, mal transporte, torpeza en el desembarque.
¿Mala lidia en varas o inadecuada con el engaño? Problema de toreo: el toro tuvo mala suerte en el sorteo.
Sin respuesta. De todo hay. Pero las ganaderías bien llevadas salen mejor paradas por méritos propios, pues el mal transporte y la torpeza en los corrales de la plaza, los padecen todas.