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LA EMPRESA – Elogio de los hermanos Matilla

Foto de Antonio y Jorge Matilla.

Elogio de los hermanos Matilla

El primer, breve y casi único contacto que tuve con la Casa Matilla sucedió hace muchos años. Fue en la ganadería santacolomeña que poseía el banquero Vicente de Gregorio en tierras de La Mancha. Me llevó Antonio Bienvenida, que iba a tentar todo un fin de semana. Al segundo día llegó Teodoro Matilla, el abuelo de los actuales taurinos, que vino a reseñar unos novillos para lidiarlos en un pueblo de Salamanca. No hablé con él ni él conmigo. Pero fui testigo de la charla que mantuvo con el maestro. Yo era entonces un joven aficionado y no me enteré mucho. Hablaron los dos, el torero y el veedor, de encastes, embestidas, peculiaridades de varias ganaderías, de cómo se presentaba el año ganadero, pero no dijeron ni una palabra de toreros. Cuando se marchó, le confesé a don Antonio: Maestro, no me he enterado de nada. Pues entonces es que no sabes nada. Y se rió. Luego me aclaró: Ese hombre lo sabe todo del toro. Siempre se aprende algo cuando hablas con él. Los toreros deberíamos hablar con estos hombres sabios del campo, quedan muy pocos. El toreo se aprende toreando, viendo torear y hablando con los que saben. 

Tiempo después, cuando abandoné el periodismo político y vinculé mi profesión a mi afición, conocí a su hijo, de igual nombre e igualmente reservado. También me pareció un hombre de campo poco aficionado a las palabras. Intenté entrevistarle, porque a la chita callando movía muchos hilos del toreo. Con elegancia me dijo que no, que él era un simple trabajador y que a nadie podía interesarle lo que pensara. No insistí. 

Recuerdo que en la Redacción los compañeros le llamaban el Príncipe de las Tinieblas. Y que ni un solo redactor lo había entrevistado. Decían que era un taurino secreto y eso no les gustaba. Y cuando indagué la opinión de los ganaderos ninguno me la dio. ¿Le respetaban, le temían? Pero los toreros, algunos, le admiraban. Llegué a la conclusión, por lo poco que contaban, que a Teodoro Matilla solo le interesaba el toro. 

Pero con la pandemia mi interés por la Casa Matilla se acrecentó. El generalizado parón de la Fiesta había puesto al descubierto que el sector empresarial del toreo estaba desmembrado y replegado. Emergían jóvenes empresarios, frenados por la estructura conservadora de la propiedad pública de las plazas y de los antaño grandes grupos empresariales. Y en medio del vacío pandémico, de las meritorias y aisladas apuestas de los jóvenes empresarios y del desprecio oficial a la tauromaquia, aparece una apuesta excepcional, arriesgada, quijotesca: Vista Alegre, la plaza carabanchelera, anuncia un ferión de once dias de toros por todo lo alto. Grandes corridas, señeras ganaderías, las figuras, los toreros emergentes y carteles con química, diseñados por quienes entienden el toreo y saben que las buenas o malas combinaciones con los mismos toreros elevan o rebajan los carteles. Pero el proyecto planteaba un riesgo difícil de asumir. ¿Quién hace 10 estaciones de metro diez días seguidos para ir a los toros? ¿Quién se atreve a ir en coche para aparcarlo a tres kilómetros? ¿Quién es el osado que anuncia once días de toros en una plaza sin un solo abonado y con derecho a vender solo la mitad del aforo? La Feria fue un clamor: cinqueños rematados que embestían como utreros vareados y toreros que rayaron a un altísimo nivel. Pero el fracaso económico, supongo, fue de órdago… quizá lo palió la televisión. 

Entonces fue cuando me cayeron bien de verdad los hermanos Matilla. Habían mantenido vivo el fuego de la Fiesta. Y pensé que lo habrían considerado como una inversión: en prestigio propio y de todo el sector taurino. Su iniciativa, de pura afición, venía precedida por otra valiente acción pro taurina que se les cantó muy poco: la corrida que dieron en el antaño próspero Coliseo Balear, desde hace años cercado por el acoso animalista y la complicidad política. Fue un éxito de público, un fracaso de los antitaurinos y también fue como predicar en el desierto, dado el poco eco que tuvo el empeño.

Y sí, frente a la crítica soterrada, susurrada, nunca explícita que acompaña a la Casa Matilla, sus hechos merecían otra respuesta. Como lo merece el buen juego de la ganadería que dirigen. Pero no se mosquee el aficionado con este ingenuo elogio. No está basado en simpatías, ni en el trato personal, sino en hechos. Los últimos tampoco son moco de pavo. La Feria de Castellón, boicoteada por la lluvia, ha sido la mejor desde hace décadas. Y los carteles de las ferias que nos esperan en Valladolid, Jeréz y Granada, insuperables, incluso para el aficionado más conspícuo. ¿O no?

Misántropos puretas, aficionados pesimistas, informadores asépticos, no os irritéis. Aquí termina mi justo elogio. 

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