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LA EMPRESA – Oh, sorpresa, la media plaza

Por José Carlos Arévalo

Oh, sorpresa, la media plaza

Ahora resulta que los empresarios han descubierto, desconcertados, que tres figuras en un mismo cartel solo llenan media plaza. Tardía revelación que se debe a un tradicional malentendido del taurino: confundir nuestro pequeño mundo con la sociedad entera. Si el taurino pregunta a los aficionados por Roca Rey, le contestarán, un figurón, y si pregunta por Tomás Rufo, le dirán un fenómeno, hacía tiempo que no salía un torero con esa calidad. Y el susodicho taurino se queda tan contento. Pero si pregunta al que pasa por la calle, la respuesta será, ¿y esos quiénes son, ciclistas?

La auténtica campaña antitaurina no la han ganado los animalistas, la ha ganado el silencio de los medios informativos respecto a cuanto se relacione con las corridas de toros. Y, lamentablemente, la tópica frase que afirma “lo que no existe en los medios deja de existir”, la corrobora la fiesta taurina al cien por ciento. ¿Por qué va a ir la gente a los toros si ni siquiera sabe quiénes son los toreros figuras? Antaño, pero no hace tanto tiempo, los figuras se diferenciaban de los demás toreros en que no solo llevaban  aficionados a la plaza sino al público, los que no lo eran. Hoy, a ese público, la sociedad española en general, lo han desconectado de las plazas de toros. ¿Quiénes fueron? ¿Gente ajena a la Fiesta, gente de dentro? ¿Hubo una mano negra o coincidieron varios enemigos en varios frentes? ¿Se produjo, ante la indiferencia del empresariado taurino, un cortocircuito de la tauromaquia con la industria de la información? ¿Se ha reunido un cónclave de taurinos solventes para tratar el asunto? ¿Necesita la Fiesta nuevas instituciones capaces afrontar problemas sociales y culturales que nunca había tenido? ¿Puede un solo empresario dar respuesta a tan vasta problemática? 

He tratado muchas veces esta cuestión, en artículos y en algún libro. Pero no he incurrido en la osadía de analizarla, trocearla, diagnosticarla y proponer la consiguiente terapia. Para eso hace falta el concurso de varios especialistas y de los propios interesados. Me repito, ya lo sé, he dicho esto muchas veces, y lo seguiré diciendo hasta que las empresas centren el problema y decidan qué hacer. Para empezar, deberían saber que la lidia –las modernas corridas de toros- fue la primera tauromaquia urbana y, por tanto, la primera en necesitar la divulgación (versus promoción) del periodismo. Y tan intenso fue el trato de los informadores que la crítica de toros es el único género periodístico netamente español. A la par que surgieron grandes plumas, se creaba el mercado taurino. Eran tiempos de la revolución burguesa, nuevas clases sociales hicieron posible la construcción de plazas y que los toreros fueran los primeros autónomos de este país.

Pero no teman, no voy a contar a estas alturas de la película la historia económica de las corridas de toros. Ni siquiera por qué ahora el mercado taurino está tocando fondo. No quiero montármelo de profeta pesimista ni de salvador ingenuo. Para ingenuidad y pesimismo ya tenemos bastante con nuestros empresarios taurinos. Les doy dos ejemplos. A principios de temporada todos se adhirieron a un cartel de oro. Y todos, absolutamente todos los empresarios lo programaron. Asombroso. Es como si en el fútbol, se programara un partido Madrid-Barcelona cuarenta veces. ¿Al quinto partido quién iba a ir al campo?  El segundo ejemplo es un simple razonamiento. Uno, los públicos –no los aficionados- son quienes llenan las plazas y desconocen a los toreros, incluso a los que creen conocer. Dos, la Fiesta dispone hoy de dos clases de buenos toreros, una compuesta por los figuras, que son pocos y livianamente conocidos; la otra, más numerosa, está formada por buenos toreros pero todavía menos conocidos. Tres, el primer grupo es caro, el segundo barato. Y Cuatro, si los primeros no son suficientemente conocidos, pues solo logran aforos de media plaza o de tres cuartos, ¿por qué no mezclarlos hábilmente con otros toreros igualmente desconocidos? ¿Por qué no rentabilizar con inteligencia los carteles? ¿por qué unas empresas que necesitan disponer de una oferta amplia de buenos toreros se subordinan a unos pocos contra sus intereses del presente y, sobre todo, contra los del futuro de la Fiesta, que siempre necesita una dinámica renovación? 

Si las ferias de abril y mayo, Sevilla y Madrid son un mundo aparte, crearon un espejismo optimista, junio ha puesto las cosas en su sitio. La Fiesta de toros vive en un gueto y a las plazas, las urbanas y las rurales, solo van las gentes del gueto, los aficionados. Pero no son suficientes, nunca lo fueron. ¿Quién le pone el cascabel al gato?  ¿Cuándo los empresarios, además de programar corridas, se sentarán a trabajar junto a expertos en mercadotecnia, comunicación y tauromaquia para resolver una problemática que atañe a todos los estamentos de la Fiesta? 

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