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Cultura

CULTURA – LA PUERTA INSOSPECHADA

Por Carlos Castañeda Gómez del Campo

Hoy fui al Toreo de la Condesa. Venía de casa. De no entender el imprevisto resultado de la tarde en Las Ventas. Entre las calles de Durango, Salamanca, Oaxaca y Valladolid, se erigió la primera gran catedral de América. Nuestro renacido Templo Mayor. Busqué, sabiendo que ya no está, la placa de Balderas. Me senté en una banca a recordar lecturas sobre Belmonte y Chicuelo, quienes ahí, en esa arena en épocas del toreo disímbolas, pusieron a girar al toreo. Vi hacer el paseíllo a Garza y Manolete.
En esa plaza se tejió el manto del toreo, con los hilos de esos grandes, telar que recogió Morante años después. Caminé unas cuadras para llegar a nuestra Cibeles, le di la vuelta pretendiendo escuchar a miles de kilómetros el: ¡José-Antonio-Morante de la Puebla¡ que retumbó hoy por última vez de Alcalá a Velázquez en la Villa y Corte.
Algo me quedó claro: quienes han visto toros desde hace veinticinco años, el mejor torero que han visto es Morante, quienes hemos visto toros muchos años más, también.
Tristeza en un adiós no la genera cualquiera. Algunos generan nostalgia que en el más de las veces es tan solo un reflejo de la vida que se nos va a nosotros mismos. Otros, regalan una tarde de alegría de una vida cumplida, entregada al aficionado. Tristeza sin tragedia y más de forma inadvertida quizá sea un sentimiento nuevo.
Hoy, el día de la Hispanidad, Morante sin miedo la brindó en sus dos toros. ¡Viva España¡, ¡Viva la fiesta de los toros¡. Gritó a plaza llena lo que pocos se atreven a decir.
Volvió a hacer girar el toreo en el movimiento valeroso y rítmico de su privilegiada cintura. Dejó una estocada que le concedería su última puerta grande. Y decidió ejercer su cláusula de salida de forma impensada.
Un torero que de manera silenciosa hoy se fue tal y como nació, con la lealtad a sus principios. Una figura con sentido de pertenencia y compromiso. No rehuyó a nada ni a nadie, aún en los tiempos en que sus demonios lo acosaban. No buscó la tarde del millón ni el triunfo mediático: no impuso barreras que rompieran la armonía del toreo. Un torero que fue siempre el mismo, siendo siempre él mismo. Quienes quieren resumir su carrera a las últimas dos temporadas, no se enteraron.
Al caer a la arena al inicio de la faena del último toro de su vida, vio el azul oscuro del cielo de Madrid. Inmóvil, al cuidado de la mano divina, dio gracias al cielo, al toro, al público y a él mismo. Y ahí decidió decir adiós, creo que una vorágine de recuerdos que solo el sabe.
Hoy la carabela mayor se anclo en el puerto de la eternidad. Cerro las velas al viento, a ese viento que impulsa a muy pocos. Quedará una brisa sin fuerza.
Con un beso a su añadido, decidió no zarpar de nuevo.
¡José Antonio Morante de la Puebla¡, de José a José.
Las puertas se abren y se cierran, a veces de forma insospechada.

12 de octubre de 2025.

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