EntreToros
LA SEMANA TAURINA – Galleos
El Capea al otro lado del espejo
La luz del toreo iluminó Guijuelo. Toreaba El Capea. Toreó como toreaba: su muleta regresa al pasado, extrae toda la embestida del toro en cada pase, la succiona con delectación y la bravura se transforma en temple. Torero y toro se acoplan. Ya nadie piensa que el toro quiere coger, comprueba que el toro quiere embestir. El toreo es látigo con expresión de caricia. Armonía inefable de los contrarios. El torero regala al toro el prestigio de la embestida que el torero forja. El toro regala al torero la enseña del temple cuando nos hace creer que su bravura es obediencia. En Guijuelo hubo un extraño espejismo, el presente se fue al pasado y el pasado vino al presente, aquello era torear al toró y al tiempo. Sucedió que maestro se había hecho Niño y toreaba como los ángeles. Entonces, la luz del toreo nos iluminó a todos.
La necia prohibición mexicana
Una ciudad taurina sin toros es como un banquete sin vino. Una plaza como La Monumental de México cerrada es una aberración urbanística. Provocar la extinción del toro de lidia por la prohibición de las corridas es un curiosísimo triunfo del animalismo. Callar ante la muerte anual de 23 millones de bovinos en México es un mal necesario porque la gente tiene que comer. Que los maten en serie, en cadena, drogados, con el estrés galopando es inevitable. Pero que los animalistas no digan ni pío resulta cuando menos chocante. Que se prohiba la lidia y muerte de unos doscientos toros anuales en La Plaza México, uno a uno, con el instinto de lucha superando el instinto de conservación, con el dolor bloqueado por la potente defensa de sus betaendorfinas y poniendo como precio que un hombre se juegue la vida, es un triunfo del absurdo de unas absurdas personas a las que sirven unos jueces absurdos.
Domingo Dominguín, el viejo, se preguntaba muy seriamente, qué hacían los ingleses en Londres los domingos. Se supone que sin toros, claro. Por supuesto,no ir a los toros. Pero lo que no quiero ni preguntarme qué haría yo un domingo en la ciudad de México, precisamente en México, sin poder ir a los toros. No creo que me orientara el juez de marras o esas animalistas que para protestar te enseñan las tetas.
Bilbao, el éxito de la media plaza
Resulta que a Bilbao vuelven los toros, resulta que se ha restaurado la plaza, resulta que la corrida de reinauguración es un cartelazo, resulta que la entrada no supera la media plaza, resulta que uno de los empresarios dice qué éxito, qué maravilla, resulta que los periodistas que retransmiten la corrida dicen qué éxito, qué maravilla, resulta que al telespectador de turno, por ejemplo yo mismo, se le pone cara de idiota, resulta que al final de la tarde cuando Roca Rey ha hecho un faenón y el presidente, como lleva haciendo años, le niega la segunda oreja unánime y justamente pedida, para que lo que ocurra en la plaza no trascienda a la calle, resulta que nadie le manda al carajo a ese aficionado tan bueno. No hay que preocuparse. Puede resultar que resultados tan poco resultones no resulten malos para nadie.