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LA SEMANA TAURINA – LA HOJA DEL LUNES (5)

Fotos Alberto Simon - Plaza 1/ ALFREDO ARÉVALO

Por José Carlos Arévalo

La mansada de José Escolar trajo la paz a Las Ventas

Con los toros de Escolar llegó la paz a los tendidos. No eran más grandes, ni tenían más cuernos, ni pesaban más, ni por supuesto eran más bravos. Pero pertenecían de una ganadería torista. Y estas ganaderías, no todas, merecen la venia de la absurda inquisición que se aloja en Las Ventas. Por tanto, vimos la corrida como deberíamos ver todas las demás.

Los toreros, sabedores de cómo se las gasta el personal, la lidiaron a favor del toro, dándole opciones a que se luciera. Los ponían de lejos al caballo y hubo uno que acudió de largo. Y la ovación fue clamorosa. Luego no apretó en el peto, pero eso careció de importancia. En realidad, toda la corrida fue mansa, baja de casta,  con genio defensivo. Es cierto que transmitía peligro, porque los toros desparramaban la vista en los cites, lo que obligaba a los toreros a cruzarse mucho, legitima ventaja estimada como axioma de pureza por todo el público venteño. Pero ni por esas los “escolares” embestían de principio a fin. Si solo veían torero en el cite más lo veían al pasar, pues reponían en el mismo embroque. Hablando en plata, los toros fueron seis mansos de tomo y lomo. Mansos con peligro, emisores de una emoción aviesa que los toreros resolvían citando a cierta distancia y tocando fuerte a pitón contrario para evitar ser cogidos y que la inercia les hiciera pasar más allá del embroque. A veces tuvieron momentos lucidos, pero casi siempre ni por esas los toros ofrecieron una sola embestida completa.

Componían la terna Fernando Robleño, Damián Castaño y Gómez del Pilar, tres buenos toreros que saben hacer y decir bien el toreo. El que más me gustó fue Gómez del Pilar, un diestro con mucha clase. Es una pena que a los tres los pongan siempre con ganaderías tan malas.  

 

Un mano a mano sin sentido y una limpieza de cercados

Posiblemente la culpa es mía. Por estar fuera de juego, o de época, y no entender la idea que Plaza 1 tiene de la Feria de San Isidro, ni comprender por qué se llena la plaza un día tras otro, de lo que, dicho sea de paso, me congratulo. No entiendo que la primera plaza del mundo haya puesto algo tan decisivo y de consumada sabiduría taurina como es la selección del toro, en manos de un cabestrero. No entiendo que taurinos experimentados hayan consentido la antología de galafates, de mostrencos “toros de calle”, que está siendo San Isidro. No entiendo que la plaza entera, cuando un manso abanto huye en busca de su querencia, proteste si lo pica el varilarguero que guarda puerta: ¿entonces, para qué está allí? No entiendo que se tenga que poner de largo a un toro que ha demostrado su falta de bravura en el primer puyazo. No entiendo que el único sitio de picar sea la contraquerencia y no el que marca la diferente bravura de cada toro. No entiendo que se aplauda de salida a toros de encornadura destartalada, a toros grandes pero de hechuras inarmónicas. No entiendo que se aplauda al torero cuando se cruza en el cite al toro pensativo que desparrama la vista y mide, y no al torero que aguanta el parón sin abandonar su sitio con la muleta presentada y ¡sí, aficionado gritón!, con aguante, lo que siempre se consideró una prueba de valor y entrega. No entiendo que la afición solo vea la colocación de la espada y le importe un pimiento o no sepa ver como se ejecutó la estocada.  No entiendo que Victorino Martín, ganadero de tronío y mucha fuerza, reseñe una corrida para Florito y no para Las Ventas. Tampoco entiendo que la Asociación de la Prensa delegue en Plaza1 y no se responsabilice, como hacía en otro tiempo, del toro que ofrece a la ciudad. Y, para terminar mi monserga, no entiendo cómo los toreros y los ganaderos, sea cual sea su fuerza, tienen tantas tragaderas.

En consecuencia, no voy a comentar nada de esta deplorable ceremonia de la decepción. Pero no voy a reprimir mi conclusión: los hombres de Plaza 1 han hecho una gran gestión empresarial, han traído a la plaza más juventud de la que nunca hubo, y no me refiero a los de las copas, que ese es un negocio colateral, no sé de quién, sino a los jóvenes de ambos sexos que van a ver los festejos; han dado respuesta al acoso que sufre la Fiesta con unos “entradones” espectaculares, sin apoyo mediático alguno; y han puesto la Tauromaquia de moda aunque un silencio sospechoso lo oculte. Pero en lo taurino están más verdes que el trigo verde. 23 festejos y una sola salida a hombros de un novillero es un  resultado sobrecogedor. Verbigracia: examen de conciencia y rectificación o atenerse a las consecuencias en oun futuro no muy lejano.

Fracasó el toro “torista” y se salvó el bravo

Cuando salió al ruedo el primer toro de Adolfo Martín no me lo podía creer. Igualito que los toros de su primo Victorino: dos enormes cuernos, tan grandes que parecían pertenecer a otro animal de doble alzada, doble viga y doble volumen que el pobre “Pecador”, que así se llamaba el primer regalito de la tarde. Y sin embargo, la plaza le ovacionó como si se hubiera hecho presente el rey de los bovinos. Pues no, señores, el toro era más feo que el padre y la madre que lo hicieron, indigno de una feria de lujo y de una plaza de primera. Pitones de Uro y cuerpo de “albaserrada feo”: cara de rata, perfil avacado, algo contrahecho y, a pesar de lucir 568 kilos, uno poco culipollo. Su comportamiento en los tres tercios fue el de un verdadero hijo de puta. Literal: no tenía ni un pase. Pues bien, el segundo de la tarde, un clon del primero, recibió otra ovación que celebraba su horroroso trapío. Se conoce que la actual afición de Madrid prefiere el trapío grande al trapío que anuncia bravura. Pero ”Baratillo” cantó la gallina en sus dos primeras embestidas ¿Embestidas? No, era otro cabrón que en vez de embestir, derrotaba; y en vez querer atrapar el engaño que lo retaba, miraba de lado, veía al hombre que pretendía torear, se revolvía y lo buscaba. Y cuando salió el tercero y también estaba repetido, el que suscribe pidió permiso a sus vecinos, se fue a un bar de la plaza, saboreó una cerveza bien fresquita, y decidió ver la segunda parte en la tele. Error. Por mucho que aguantar el griterío torista es un insano ejercicio masoquista, nunca se debe claudicar ante la sinrazón.  Y menos cuando la corrida que se está lidiando es la de Adolfo Martín, el más enclasado toro de “saltilllo” del linaje “albaserrada”. Por eso me perdí, en vivo, los templados muletazos de Ferrera al cuarto, y la buena faena de Escribano al quinto, dos toros bravos, con gran clase pero muy débiles, defecto común en esta ganadería, que posiblemente se deba a un inadecuada, o parca, o tardía dieta nutritiva. Lástima, Adolfo podría haber reivindicado el honor de los ganaderos “toristas” si la segunda parte de la corrida hubiera dado el mentís a los toros de la primera parte. Por lo demás, Ferrera estuvo en maestro y Manuel Escribano, a quien el presidente robó la oreja, confirmó el gran momento que atraviesa. Injusticia presidencial: recibió al toro a porta gayola, lo lidió en el primer tercio, lo banderilleó, le hizo una faena en la que sobresalió el toreo por naturales. Fue cogido, ni se miró,, siguió toreando y mató de una gran estocada. La petición de oreja fue unánime… ¿por qué no la dio? Entre los cenutrios ultras y los cenutrios del Palco, esta plaza lo lleva crudo.  

Y ahora a callar, mañana torea Emilio de Justo, que perdió una Puerta Grande, Borja Jiménez, torero revelación que la necesita, y Roca Rey, a quien la minoría incompetente le negará el pan y la sal haga lo que haga. Y los toros son los bravos de Victoriano del Rio, los que por supuesto serán protestados. Esto del toreo es una adicción incorregible hasta en una casa de locos como lo es ahora mi plaza de Las Ventas. 

Un gran torero, un toro de bandera y un presidente bochornoso

Con la ganadería serrana de Victoriano del Rio volvió el toro bravo a Las Ventas. Y, como es lógico, cuando salían al ruedo se los recibía con protestas… por los de siempre, por esos que dicen “miau” cuando de salida el matador lancea a un cinqueñocon unos pitones desaforados y cerca de 600 kilos sobre los lomos. Y con la tercera actuación de Borja Jiménez, a la tercera llegó la vencida y abrió otra vez la Puerta Grande en la corrida número 25 de San Isidro. Pero la abrió por los pelos, pues el faenón del sevillano al toro “Dulce”, negro salpicado, de 548 kilos, bravo en los tres tercios, con noble agresividad en el último, fue más que una faena de dos orejas en Madrid, fue la faena que marca el paso de un buen torero a figura del toreo. Así la vio todo el mundo, menos una sola persona, el presidente de la corrida, que extremó la arbitraria exigencia del Palco de Las Ventas y provocó la tumultuosa y unánime protesta por negar al torero una merecidísima segunda oreja, y al toro, la vuelta al ruedo póstuma. De nuevo, la plaza de Madrid, bajo el integrismo impuesto por el tendido 7, esta vez asumido por un presidente sin criterio, se convierte en el escenario de una injusticia tan bochornosa que la plaza se despierta, vuelve a su ser y se rebela. Y todo gracias un joven y extraordinario torero, cuyo toreo lo tiene todo: brío, compás, temple, mando, quietud, ligazón y, sobre todo, un trazo muy bello, el de un gran artista. Borja Jiménez hizo lo más difícil, devolvió su identidad a Las Ventas. Pero la plaza de Madrid también se puede dar por satisfecha, ha hecho lo que solo ella sabe hacer, abra o no abra su mítica puerta grande, lanzar una nueva figura del toreo.

Lo que no puede hacer, aunque el sector ultra de la plaza así lo quiera, es hundir a una figura cuando está en su momento de apogeo, más aún cuando se trata de la primera figura del toreo. O sea, pongamos que hablo de Roca Rey. Y como me aburre argumentar lo evidente y que su buena actuación frente a un lote menos favorable también lo fue, ahí lo dejo. Del mismo modo consigno que Emilio de Justo, siempre por encima de sus toros, me deparó la satisfacción de comprobar cómo ha desaparecido la rigidez que ha acompañado a su toreo desde su grave cogida en esta plaza y eso que sus dos toros estaban sobrados de carbón y de genio. 

Conclusión: quien manda en su toro, manda en el toreo. Y también en la plaza de Madrid.

Que se den por aludidos los tres toreros de hoy

¿Quién tiene la culpa?

El contrato que el empresario hace con los toreros les obliga al cumplimiento de lidiar y matar los toros que les correspondan, pero no especifica cómo; y el que firma con el ganadero le exige que sus animales cumplan todos los requisitos requeridos por el reglamento taurino vigente, pero no exige que ofrezcan buen juego. Y tampoco la compra de una entrada faculta a su comprador a exigir que los toros embistan con bravura y los toreros toreen con arte. El comercio de la tauromaquia se basa, pues, en la confianza mutua, de manera que los empresarios, ganaderos y toreros triunfadores sean los que mejor acrediten la confianza otorgada por el público.

Hago esta aclaración de Perogrullo porque el día 8 de junio, en Madrid, con el cartel de no hay billetes en la taquilla ocurrió un suceso singular, yo diría que inédito. Se lidiaron cuatro toros de la ganadería anunciada, Román Sorando, porque dos fueron devueltos en el ruedo y sustituidos por uno de José Vázquez y otro de Montalvo. Pues bien, entre los ocho morlacos no dieron sola embestida. Las veces que atacaron sustituyeron las embestidas por el arreón, el derrote o una acometida siempre arrepentida. Pero esto no fue lo más raro, lo más raro era que las tres ganaderías parecían la misma: altos de agujas, galopaban o braceaban como cursis avestruces; destartalados de cuerna, parecía que a todos les hubieran sustituido sus verdaderas defensas por cuernos más grandes, muy grandes, como de Uro prehistórico, en absoluta desarmonía con su cuerpo más chico de toro de lidia. Pero lo sorprendente es que los toros que salían con esas impresionantes perchas eran infaliblemente aplaudidos por el 7 y acólitos, así como aquellos que no cumplían tal formato y dimensión eran infaliblemente protestados por el 7 y acólitos. Y si además los cornudos eran cinqueños, los mencionados aficionados se corrían de gusto al verlos salir del toril. Pero no se crean, su integridad les impidió seguir entregados a ganado de tan mal juego. Y los protestaban, vaya si los protestaban. Porque aquellos engañosos bovinos no dieron, entre los ocho, una sola embestida. Y, por primera vez en la historia, no se vio un solo lance artístico, un solo muletazo, una buena vara, un buen par de banderillas, una buena estocada en toda la puta tarde.

Supongo que los toristas salieron plenamente satisfechos, al haber protestado al toro que ellos han impuesto, porque no se casan con nadie, ni consigo mismos. El que firma estas líneas ha encontrado, cuando se cierra la Feria, un denominador común, repetido todos los días: todos los toros de (casi) todas las ganaderías presentes en esta feria parecen de la misma ganadería.  Los uniformiza el enorme armatoste asentado sobre sus cabezas: tan grandes son sus largos, delanteros o curvos cuernos, o tan separados uno del otro que casi todos pelean por un solo pitón con el caballo de picar, o rebañan a izquierda o derecha sus derrotes, según les pete, o como ”Prestillero”, el jabonero de Sorando, que sin pasar tiraba un jab con uno y otro pitón, como un púgil experto.

Pero lo que más igualó el poco juego de los 140 toros que aproximadamente han salido al ruedo fueron tres repetidas constantes: A) Tamaño desaforado de la cuerna, conseguido por los ganaderos en algunos individuos tras varias generaciones de toros, para atender a plazas como la de Madrid, un logro genético que no tiene en cuenta la correlación formal entre el órgano y su función, que como acabo de comentar facilita la opción de poder agredir por un solo pitón, lo que ha sido muy común en este Sanisidro. B) La edad vieja del toro de lidia, cinco años, dado que su cumbre biológica acontece a los cuatro años, cuando su producción de la dopamina que impulsa su viveza es mayor. Así como también es muy superior a los cuatro que a los cinco la descarga de cortisol que aumenta su agresividad, y lo mismo sucede con el poder analgésico de las meta/betaendorfinas que bloquean su dolor con más eficiencia. Y C) La enorme altura de cabos de todos los toros lidiados más la sobrecarga de un hándicap con un peso entre los 50 y 100 kilos, también padecido por todos los toros lidiados en Las Ventas, son dos factores que merman considerablemente sus prestaciones, pues tan aberrantes exigencias destruyen el juego de muchos toros o limitan el de los más dotados. Elegir “el toro de Madrid” no es una cuestión baladí, apta para cualquier taurino. Este ha de tener en cuenta la variable incidencia de las fechas tempranas de su lidia -mes de mayo-, en el estado del toro según la zona de su hábitat e incluso del enclave de cada ganadería y de su singular proceso nutritivo. Además, debe prever su excelente forma física para hacer frente al enorme diámetro de su ruedo y a la singular dureza de la lidia en el escenario madrileño, en la que destaca la perjudicial agresividad de la puya actual*, con defectos intolerables de diseño, agravados por el soporte de impunidad que presta el actual caballo de picar, domado para la suerte de varas, pero con una altura, un peso y unos trebejos defensivos que lo convierten en un “destroza toros”. Además, el responsable del toro en la plaza de Madrid debe considerar, o suponer, o supervisar los caballos reseñados para cada corrida, de acuerdo con la romana, la fuerza, la combatividad de cada ganadería, aspectos no contemplados por la reglamentación taurina pero decisivos para el buen juego de los toros. Más aún: el factor humano, que va desde la permisividad con los fallos del toro, si la divisa merece la simpatía del sector torista con mando en plaza gracias a la actitud sumisa de los presidentes, a la más absoluta intolerancia con divisas detestadas por dicho sector, precisamente las que más embisten. Como se puede apreciar, la reseña del “toro de Madrid” requiere un acervo taurino pluridisciplinar: zootécnico y puesto al día de todas las ganaderías europeas; y social/taurino, con un conocimiento del público venteño, variable según los diestros anunciados, la ganadería programada, la fecha del festejo y el equipo de autoridades y veterinarios de cada cartel.

Pues bien, tan amplio espectro de conocimientos y experiencia nos lleva a la siguiente pregunta: ¿quién es el genio que elige las ganaderías y reseña sus toros para San Isidro? ¿Cómo las elige y cómo reseña sus toros, por nota y hechuras, por la dimensión de los cuernos, por la hondura de su caja, por la simpatía o antipatía de que goce o sufra entre los aficionados ultras? Ingenuas cuestiones a la vista de lo que ha pasado este año: nada de complicaciones. No el toro de Madrid sino el toro del tendido 7, pero más grande, con más kilos, con los pitones más largos del bóvido universo, con la máxima edad que permite el reglamento y con el tranquilizado agradecimiento de las incultas autoridades de la corrida. Todo fenomenal hasta que sonaba el clarín. ¿Qué se vio después? Una larga nómina de buenos toreros, entregados, jugándose infructuosamente el tipo, y la ejemplar realidad que denuncia cómo se reseña el toro para no embestir y sus consecuentes resultados: el San Isidro con más llenos y menos triunfal de sus 77 ediciones. Ah, el cartel de toreros que da motivo a este comentario fue el siguiente: Diego Urdiales, Juan Ortega y Pablo Aguado. Y no pudieron dar ni un pase. ¡Gracias, Florito! ¡Enhorabuena, tendido 7!, ya lo habéis conseguido, ya está aquí vuestro toro de Madrid.

  • Lo que no saben sobre la puya vigente las autoridades que redactan los reglamentos taurinos, ni los profesionales del toreo, ni siquiera los propios picadores es que su agresividad, nefasta para el buen juego de los toros, no solo proviene de su erróneo diseño sino por las distintas circunstancias en las que hoy se practica dicha suerte. Y estas son dos: un toro mucho más bravo, puesto en suerte a más distancia que nunca y que se emplea más que nunca; y un caballo mucho más pesado, domado para picar y defenderse sobre el que actúa un picador casi impunemente, al contrario que en los años 60, cuando el 80 por ciento de su trabajo era defenderse y defender a su montura y el 20 por ciento restante lo empleaba en picar al toro, por cierto un animal que pesaba cien kilos menos que el de hoy, era más joven que el de hoy y menos fuerte y más chico que el de hoy, pero que tomaba tres varas, las que prescribía el reglamento. ¿Por qué el toro actual, cuatreño o cinqueño, precisa solo una? Porque el toro se emplea más y el picador dedica el 80 por ciento a picar y el resto a defenderse. ¿Les vale unos simples datos? La corrida de Román Sorando de este San Isidro, a la que no disculpo por su mal juego, sin embargo lo empeoró el mal trato que recibió en varas. Tres toros con el pulmón atravesado y dos toros con más de 20 reintentos de puyazo para meter las cuerdas, todos inferidos sin intención sino por el desastroso diseño de la puya actual, el mismo que se usaba aunque más grande hace 60 años, cuando el caballo no pesaba 500 kilos, el toro era menos bravo y más chico, y se necesitaban tres o cuatro encuentros, equivalentes al monopuyazo actual. En la corrida de Garcigrande se protestó el primer tercio del tercer toro, porque solo se le dieron dos picotazos, pero la sangre le llegaba a la pezuña antes del primer par de banderillas. Es urgente, por distintos motivos, la reforma de la suerte de varas, empezando por la puya.

Garcigrande y dos toreros pusieron las cosas en su sitio

Cuando salta al ruedo un toro de cinco años, con cerca de 600 kilos, bien armado y uno oye decir “miau” a cada lance del torero, cuando un puyazo señalado (pero con la puya dentro hasta la cruceta) y uno oye “¡A picar! ¡A picar” o escucha la sorna de un aficionado que grita, “ni para un análisis”, mientras ve cómo la sangre del toro se derrama hasta la pezuña, uno empieza a pensar que a la Fiesta hay que reorganizarla y estructurarla de nuevo.  ¿Quién lo hará? ¿El desorganizado sector taurino? ¿las Autoridades de las Comunidades Autónomas?

Por el momento, el ganadero Justo Hernández y los toreros Sebastián Castella y Fernando Adrián estuvieron a punto de poner las cosas en su sitio. Si el maestro de Béziers mata al toro “Achampanado”, nº 101, colorado, de 529 kilos y con cinco años y medio sobre los lomos, habría cortados dos orejas o puesto en un brete la cordura presidencial. O tal vez al público de Las Ventas que, a pesar del truco de retener el presidente su segundo pañuelo hasta el momento del arrastre, para no dar tiempo a solicitar nada más, evita a quienes conocimos otros tiempos de la plaza madrileña, contrastar las dos orejas que indudablemente merecía la faena de Castella con un posible premio más cicatero por parte de la afición actual. La espada del francés nos privó constatarlo. En todo caso, con capote y muleta, Castella le hizo a “Achampanado” el mejor toreo de la tarde. No lo reconoció así la afición que solo le permitió agradecer sus aplausos desde el tercio.

Pero la suerte no se portó bien con el francés. Tanto el sobrero de El Pilar, lidiado en tercer lugar, como el quinto, de la ganadería anunciada, no tenían la fuerza mínima para embestir. De hecho, en este mano a mano, Castella solo toreó un toro.

¿Tiene Fernando Adrián la suerte del campeón o es un buen torero con mucho valor y que se los pasa muy cerca, Si hace cincuenta años, un torero se arrima, torea y mata como Fernando, su aldabonazo hubiera sonado en toda España con la misma intensidad que hoy resuena el triunfo de Alcaraz en Paris. Pero la Tauromaquia padece un estado de reclusión en el país que no ha dejado de practicarla desde hace tres mil años. La plaza de Las Ventas estaba llena una vez más. ¿Qué espectáculo llena un gran espacio como la Monumental de Las Ventas treinta días seguidos, sin apoyo mediático en consonancia con su interés popular? Hace cincuenta años, Fernando Adrián, después de su triunfo en la corrida de Beneficencia, se habría proclamado figura del toreo y se abrirían hoy mismo todos los carteles cerrados de las ferias para incluirle por derecho propio. Pero hoy el silencio informativo deja las manos libres ante la clientela de un mercado taurino muy amplio y a la par segregado, como si no existiera.

San Isidro 2024

San Isidro 2024

Sobre el toreo de Fernando Adrián hablaré la próxima semana 

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