¿Tiene sentido la semana torista?
Después de los autobuses de dos pisos tenidos por toros de lidia y después de los colmillos de elefante denominados cuernos de toro, que hemos visto en este San Isidro, ¿a cuento de qué viene una semana torista? No se confunda usted, replicará el torista venteño, a nosotros no nos importa el tamaño sino la casta. Pero mentirá porque hoy, en Madrid, si un toro está en los 500 kilos o si tiene una encornadura armónica, que quepa en la muleta, está destinado a los corrales. Excepto que pertenezca a una divisa torista. Entonces, la casta -¿o el genio?- la salvará de las iras del 7.
En efecto, el torista venteño es un aficionado de bajo nivel, confunde la casta, agresividad ofensiva del bravo, que se transforma en embestida, con el genio, agresividad defensiva del mansurrón, que acorta la embestida, o la repone, o la sustituye por el derrote. Reconozco que ver lidiar estos toros puede ser muy emocionante pues el peligro del mansurrón (de raza brava) es mucho más evidente, Pero me asombra que la bravura les atraiga menos.
Para el aficionado madrileño, el toro torista tiene una ventaja, y este año, una desventaja. Por un lado, los toristas le dejan ver las corridas tranquilo, y por otro, es posible que los responsables al efecto de la empresa los hayan escogido igual de bastos y con los pitones igual de grandes que los de las ganaderías estigmatizadas, y entonces la semana final puede ser un tormento para quien va a los toros a ver torear. Ya uno no se puede fiar ni de la corrida de Alcurrucén, ni de la del Puerto. En todo caso, lo curioso sería que las denostadas figuras acarteladas en la recta final de la Feria la salvaran de su disparatado cierre. ¡Qué país, Miquelarena!