EntreToros
LOS ARGUMENTOS DE LA FIESTA – Una ley natural, anterior a la cultura
“En la tauromaquia lo ajustado es lo justo”
José Ortega y Gasset
Hace años, cuando era niño, en mi colegio proyectaron una película de Tarzán. En una secuencia, Tarzán se zambullía en un rio e instantes después lo hacía un cocodrilo. Evidentemente, el plano siguiente era el encuentro de ambos, que se enzarzaban en una pelea. Abrazado al tronco de la bestia, Tarzán esquivaba sus mordiscos y en un momento dado sacó un puñal de su taparrabo y abrió en canal el vientre del animal. Entonces, todos los chavales saltamos de alegría y prorrumpimos en una ovación. Supongo que los profesores allí presentes no se preocuparon por nuestra identificación con Tarzán. ¿Lo habrían hecho si todos los muchachos hubiéramos ido con el cocodrilo? En aquel tiempo esta pregunta habría sido improcedente. Hoy no lo tengo tan claro, con tanto cazador malo y tanta fiera franciscana como se ven en las películas.
Es pertinente esta evocación infantil porque el niño es un ser todavía no condicionado por la cultura y por tanto más instintivo. Se diría que su posición ante la lucha del hombre y la bestia responde a una tácita reacción natural, espontánea pero también ética, una ley natural de solidaridad humana que infalible despierta cuando los humanos descubren a un semejante en peligro.
Pues bien, dicha ley es el imperativo ético que legitima a la tauromaquia y la conserva a través del tiempo. La lidia se basa en el riguroso cumplimiento de una ecuación incuestionable: “toro agresivo = hombre en peligro”. Más claro, la tauromaquia no puede prescindir de esta situación límite cargada de letalidad entre dos contendientes desiguales, el torero, héroe humano en peligro con el que se identifican sus iguales, y el toro, letal agente activo de la amenaza que se cierne sobre nuestro semejante en peligro. El mítico animal encarna la fuerza y el instinto, una telúrica y abismal voluntad de lucha; el hombre vestido de luces representa la inteligencia y una voluntad de dominio que se expresa a través del arte. Obviamente, de los dos contienden solo hay uno que lucha, el toro, pues su contrario lo que pretende es torearlo.
La lidia no quebranta jamás el equilibrio de la ecuación “toro agresivo = hombre en peligro”, pues en ella se basa su ética. Así, frente al toro “levantado” de salida, el toreo a dos manos y de pies es menos ajustado. En banderillas, después de la suerte de varas que atemperó el vigor y la fuerza del toro, el torero se iguala simétricamente al animal, dos rehiletes frente a dos pitones, a la par que al galopar erguido, el toro oxigena su sangre y reactiva su vigor muscular. Y en el tercio de muleta, cuando se ha liberado de su estrés y bloqueado definitivamente su dolor, el toreo se hace más ceñido, más peligroso, siendo la última suerte, la de matar, la más cargada de letal incertidumbre para el torero. Siempre, en todos sus tercios, en todas las suertes, la corrida de toros equilibra escrupulosamente el peligro del toro y el riesgo del torero, tesitura que impide al espectador suspender su solidaridad con su semejante, el lidiador, sin perjuicio de que enjuicie su comportamiento ético hacia el toro –torear con verdad- y estético –torear con arte-. Acusar a la lidia de cruel es improcedente, porque en la mente humana no caben dos sentimientos contrarios a la vez, miedo y crueldad, y mucho menos hacia un poderoso animal que nos obliga a identificarnos con nuestro semejante en peligro. Quienes acusan a la tauromaquia de bárbara y cruel ocultan la tesitura ética del toreo, su imposible realización si el torero no admite previamente la letal embestida del toro. O hablan sin jamás haber visto una corrida de toros. Pero seamos pacientes con el antitaurino y con el animalista, pues a todo lo expuesto ambos pueden aducir que la lidia del toro no genera sentimientos de crueldad en quien la contempla, debido a su identificación con el torero, pero ello no empece que al toro se le pica, banderillea y mata a estoque. ¿Cómo se justifica el sufrimiento que estos utensilios producen? Explicándoles algo desconcertante pero cierto: al toro estos utensilios no le duelen. Lo ha explicado la ciencia biológica y lo expondremos en la siguiente entrega.
Próxima entrega: El toro de lidia no se duele al castigo (1).