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MADRID – 11ª de feria. Tres toreros valientes           

Fotos Plaza Uno/ Alfredo Arévalo

La corrida de Fuenteymbro era una tía. Cada toro, más de media tonelada de músculos, pitones amplios, largos y astifinos y sin pecar de malas intenciones -salvo el primero, que fue una prenda- se mostraron nobles y correosos, pero con embestidas deficientes -salvo el tercero, que se acordó de su origen jandilla-, cortas por falta de entrega, ásperas por mal genio, reponedoras por ausencia de casta, pensativas pues casi todos los toros pecaron senectud. Pero los seis cayeron en buenas manos, las de los tres matadores y sus cuadrillas. Estas estuvieron perfectas, los de a pie en la brega y con las banderillas: destacaron Curro Javier y Gabriel Gonzalez, y los de caballo picaron con puireza, señalando arriba, midiendo el castigo -eso sí, ayudados por las esplendidas mmonturas de Equigarce: destacó Tito Sandoval.

Entre los matadores triunfó, con justicia, el mexicano Leo Valadez. Muy variado en quites -tafalleras, caleserinas y cordobinas, gaoneras, el quite de Pepe Ortiz que Joselito reveló en España el 2 de mayo del 96, y zapopinas-. Pero la oreja que cortó al tercero de la tarde fue toreando con la muleta  y haciendo la suerte de matar con mucha entrega. Porque el toro era noble pero no inspiraba. Por eso ha sido muy meritorio su éxito en Las Ventas.

También lo mereció Adrián de Torres. Porque su desmedida, pavorosa entrega, a dos toros fuertes y cornalones, peligrosos y a la defensiva, o sea con genio del malo, habrían quitado las ganas de torear al mismísimo Guerrita. Pero no al joven torero de Linares que fue cogido aparatosamente sin consecuencias. Y ni se miró una vez el traje. Su estocada a este toro fue de libro, miad al encuentro, mitad recibiendo. La gente le pidió la oreja, pero el presidente, que sin duda vela por el prestigio de la plaza, la denegó con palmaria injusticia.

El tercer valiente era el francés Juan Leal, quien ante la imposibilidad de torear a los dos desaboríos que le cayeron en mala suerte, decidió justificarse con  el personal jugándose la vida. Lo que este le agradeció, pero no tanto cuando se la jugó demasiado.

Conclusión: en el pasado esta corrida habría sido una limpieza de corrales, con toros cornalones  y pasados de edad, y con esa reserva para el combate que tienen los viejos. Hoy, se lidia en San Isidro, para contento del 7 y aburrimiento del resto. Como decían en La Verbena de la Paloma, “hoy los tiempos cambian que es una barbaridad”. Y no siempre para bien.    

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