El Torero
MADRID – 12 de octubre de 2025, la Fiesta más grande de todos los tiempos

Por José Carlos Arévalo
Morante siempre fue un buen torero y un gran artista. Ya de novillero, cuando lo apoderaba Miguel Flores,dejó boquiabierta a la afición. Pero los toreros son como los buenos vinos, que mejoran con los años. Recuerdo que en 2005 le dimos en 6Toros6 el premio al triunfador de la temporada -ex aequo con El Juli- y cuando lo recogió habló más de Julián que de sí mismo. Un torero, un señor. Recuerdo que años después le dedicamos un tomo de la Serie Oro y le vi torear de salón en su casa. Pensé en la expresión corporal del bailaor, me sorprendió su juego de muñecas y la sutileza de sus dedos al torear de capa. Pero Morante no compone. O compone sin componer. Morante no hace el toreo, es el toreo. Tiene todo el toreo dentro, desde Costillares hasta él mismo. Y si resucita suertes olvidadas, no las copia, las reinventa. No estoy de acuerdo con quienes reprochan a los aficionados que valoren más sus últimas temporadas. Han sido las mejores de su larga vida en los ruedos. Por eso, ha sacado a la Fiesta del gueto donde la querían encarcelar, ha traído la juventud a las plazas y ha devuelto la ilusión a los viejos. Tales logros solo se consiguen con una calidad artística fuera de lo común, un valor discreto, oculto por su arte, y una sinceridad sin mácula. Por eso, la gente creyó en su sincero homenaje a Antoñete. Y el 12 de octubre de 2025, Madrid vivió la fiesta más grande de todos los tiempos.
Detrás del arte morantiano estaba la cita con Antoñete. Un torero no puede rendir un homenaje más cabal que el del maestro sevillano al maestro madrileño. En la víspera había inaugurado su monumento en Las Ventas. A la mañana siguiente lidió a “Presumido”, un toro ensabanado de Osborne, un calco exacto de “Atrevido”, el famoso “toro blanco” de Antoñete.





La corrida de la tarde, Morante, capítulo aparte
Y por la tarde apareció en el ruedo vestido de lila y oro, el terno preferido del maestro. Sensibilidad, señorío, la más legal cultura taurina. Y allí surgió el toreo de Morante, que nada tiene que ver con el toreo, también excelso, de Antoñete. Los artistas siempre admiran al artista que no se le parece. Y la tauromaquia de Morante es morantiana, solo la hace Morante. El lenguaje del toreo lo inventaron los toreros. Y las suertes, que son sus términos, son como las palabras, las usan todos los hablantes, unas más que otras, pero no todos las hablan bien. Lo mismo pasa con los toreros. Unos dicen el toreo mejor que otros y muy pocos tienen un repertorio largo. Morante no dice el toreo, lo versifica. Eso quiere decir que una suerte muy dicha, con Morante es una suerte nueva, cuando es él quien la dice y la repite. Insisto, Morante recupera suertes olvidadas, pero no las copia, las reinventa. Morante puede lancear de recibo por alto, pero no como lo hacía Bombita, sino como Morante. Y lo mismo cuando gallea al vu, o da el cambio de rodillas de Fernando el Gallo, o la tijerilla de Pepe-hillo, o el molinete de Belmonte, o el natural fajado de Emilio Muñoz, o la chicuelina alta de Chicuelo, o la de la escoba de Antonio Bienvenida, o cuando da su verónica agitanada y morantiana, la solo suya, la de Morante, o como cuando mata sin salirse de línea, amanoletado y con el temple de Camino. Morante dice el toreo con muchos de sus términos, perdón, con muchas de sus suertes. Pero todas tienen música morantiana.


Su faena de muleta. nunca viene preconcebida desde el hotel. Siempre la inspira el toro. El toro cuatreño o cinqueño, con muchas arrobas sobre el lomo, de comportamiento más complejo que el del utrero vareado, el toro adulto al que se le deben adivinar las embestidas, hacerle preguntas e imponerle respuestas. De ahí que las faenas de Morante sean imprevisibles, inspiradas por el singular sentido de cada toro. Y digo sentido porque todas las suertes interpretadas por Morante tienen sentido, el impuesto por el astado adulto que por bravo atiende al reto del engaño y por viejo sabe lo que se deja atrás. De ahí que la belleza luminosa de su toreo, preñada de maestría, se haga profunda, forje un arte en claroscuro, la luz clarividente de la mañana y el misterio oscuro de la noche. ¡Qué natural y que hondo es el toreo de Morante! ¡Qué embriaguez tan lúcida despierta en el público! El arte de Morante tiene la gratuidad de lo bello porque sí y la maestría admirable de la obra bien pensada.





Pero a veces, el toreo de Morante pierde el sentido. Y hay citas, como la del día 12, que así lo exigen. Su último toro -¿el último de su vida?-, el de las dos orejas, pedía un cite muy cambiado, como le gusta al 7, pues al toro le interesaba el torero y no el engaño. Pero Morante le presentaba la muleta plana y prendía su embestida en los vuelos, como si fuera el toro más noble, como si estuviera toreando de salón a su hermano pequeño. Entonces, la belleza de su trazo natural se contagió de muerte y la razón taurómaca de sinsentido. Y el toreo sonó a solear profunda, contagiada de oles ensimismados y estremecidos. Era el triunfo de la belleza sobre un peligro cargado de misterio. Y la estocada fue igual, a la distancia que había embestido el toro, con el temple y la entregaque lo había toreado: sin abandonar la línea recta ni en el cruce, sin que la espada perdiera un ápice de lentitud, de firmeza, de verdad. Por eso estalló la catarsis. La belleza había vencido a la violencia, la tauromaquia se había vivido como una epifanía. Y el tendido supo que había sentido el toreo como una revelación.




Pero dicho esto, nada he dicho de la larga tauromaquia de Morante. La verdad es que su más apretada síntesisno cabe en un artículo que, por otra parte, está dedicado a su homenaje al maestro Antoñete. Sí quiero consignar que con el poblano, además del inesperado adiós, en la misma corrida se retiró el buen torero Fernando Robleño, que estuvo sobrado ante toros con mucho que torear, y confirmó su alternativa Sergio Rodríguez, que no dijo nada.


Nota final: Política y Toros
¿Es política la corrida de toros? De hecho, la corrida a pie nace en el siglo de la Ilustración y, concretamente, en tiempos de la revolución liberal. La instauración del público de los toros como soberano de la lidia coincide con el despertar democrático en España. Pero la tauromaquia no se declaró antimonárquica cuando los cuatro primeros reyes borbones la prohibieron cuatro veces. Tampoco fue antirrepublicana ni en la 1ª ni el la 2ª repúblicas. Ni antifranquista durante el franquismo.
Hoy, acosada por los partidos de la izquierda subnormal (en España y en América), se piensa que es una fiesta de derechas, de ahí que la defiendan el Partido Popular y Vox.
Las cosas, a mi modo de ver, están muy claras: la corrida de toros, como diría Tono, aquel humorista de La Codorniz, no es de derechas ni de izquierdas, sino todo lo contrario. Así lo demostró Morante, que brindó los dos últimos toros de su carrera taurina a la señora Ayuso y al señor Abascal (de derecha y de extrema derecha, respectivamente) el día en que homenajeó a Antoñete (si no militante, sí muy próximo al partido comunista). Por lo demás, nadie es perfecto, ni Morante ni Antoñete.

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