EntreToros
MADRID – 22ª de feria. Dos toreros de hierro que torean con ángel

por José Carlos Arévalo
Cuando el toro está solo en el ruedo no provoca emoción. Cuando torero lo enfrenta si la provoca. Luego el toro transmite emoción por obra y gracia del torero. En la Edad de Plata se impuso la quietud del torero y se sobredimensionó la emoción del toro. Hubo mucha mortandad torera y a ese tiempo también se lo llamó el de los toros de hierro y los toreros de hierro.
En la corrida de Victorino Martín que cerró la Feria de San Isidro hubo toros y toreros de hierro. Estos, con ángel. Y tres de aquellos, con templanza, el 3º, el 4º y el 6º. Pero además, todos eran muy agresivos. Más agresivos que bravos, con más genio que bravura. Porque todos, incluso los tres mejores, reponían sus embestidas. A la defensiva. En vez de perseguir el trapo con codicia, se arrepentían y buscaban al hombre. Y como los dos toreros, Paco Ureña y Emilio de Justo, no se rajaban, la emoción no dimitió en toda la tarde. Pero justo es decir que contra la templanza de los tres toros mencionados y el temple de los dos toreros conspiró el viento, que frustró en los momentos clave dos faenas de dos orejas a los dos espadas. Aunque se debe reconocer que hubo fases en esas faenas de una cadencia, un temple y un trazo ligado que fueron de los momentos cumbres de la Feria. Y hubo estocadas de estremecedora ejecución infravaloradas porque la colocación de la espada no fue perfecta. Paco Ureña cortó una oreja y el presidente le robó otra, pedida mayoritariamente, porque le dio la real gana. Y Emilio de Justo no cortó ninguna porque el presidente le robó una, mayoritariamente pedida, porque le dio la real gana, y perdió otra por culpa de la espada. Ambos dieron una gran tarde de toros y los dos estuvieron en un tris de acabar en la enfermería.

La corrida estuvo bien picada y mal banderilleada. Y es que la bravura de los toros, notable en el caballo, fue de más a menos y con los rehiletes les brotaba más un genio astuto que la noble casta. Sin embargo, la plaza entera agradeció la emoción que su comportamiento despertaba. Por tanto, el respeto que provocaron los “victorinos” fue unánime. Tanto que el 7 nos dejó ver la corrida en paz. Aunque al final volvieron por sus fueros cuando de Justo dejaba la muleta puesta a un toro que se paraba entre pase y pase. Antaño, a eso lo llamaban aguante. Hoy los del 7 lo denuncian como trampa. Pero lo cierto es que si el toro no se hubiera parado y el torero hubiera estado cruzado, el de los cuernos se lo habría llevado por delante. Y es que estos aficionados geómetras desconocen la más elemental geometría del toreo.
La emocionante corrida fue presenciada por el rey Felipe VI, que vino acompañado por el maestro Paco Ojeda. Buena compañía para un buen Rey.


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