EntreToros
MADRID – 21ª de feria. Sebastián Castella, la gloria y la sangre
por José Carlos Arévalo
Vayamos por partes. Primero, las cosas que no entiendo.
Se dice, se rumorea, pero no se puede confirmar, que hubo mucho hule en los corrales tras el desembarque de la corrida de El Torero, que los toros gaditanos pelearon como locos y que al día siguiente se reconocieron unos dieciocho toros, unos del mismo hierro y otros de divisas salmantinas y madrileñas. Sinceramente, no lo entiendo. Se sabe que el toro bravo es difícil de manejar. Pero que en una plaza como Las Ventas y en una corrida de máxima expectación y con un mayoral y vaqueros experimentados pase lo que pasó: mosquea.
Tampoco entiendo a la supuesta sabia afición de Madrid cuando pita, abronca a un picador por atravesar la primera raya en busca de un toro que definitivamente rehusa la suerte. ¿Se tratará de una influencia futbolera, de un fuera de juego, de una falta impune en el área chica? ¿No saben los aficionados que esa raya se impuso a petición de los picadores para evitar el trance peligroso de salir al tercio para picar al manso que no se deja? Además, Hector Vicente picó muy bien al toro de la bronca. Hay que joderse con la cátedra.
Desde luego el desconocimiento de los entendidos alcanzó cotas de clamor cuando exigían, ora a Castella, ora a Uceda, que se cruzaran ante dos toros afligidos de fuerza y casta que pasaban (con peligro) más que embestían y pedían a gritos que se les diera aire y no los apretaran. La estupidez irrita.
Y sigo.
Entiendo que una figura del toreo venga a Madrid sin ventaja alguna. Pero no entiendo que un figurón como Morante de la Puebla se las haya visto con seis mostrencos que no tenían un pase. Los dos de esta tarde eran dos reventadores. Y por eso entiendo que Pedro Iturralde, que señaló dos magníficos puyazos, terminara abroncado por machacar al toro para aplacar su infumable genio. Pero no entendí la bronca a Aurelio Cruz, que picó al primer toro de Morante soberanamente bien, pisar la puta raya.
Y finalmente entendí otras dos anomalías, una, la condición más afligida que blanda de la corrida de El Torero en vista de lo acontecido en los corrales, y la otra, la ovación a la salida del cuarto toro. Pero no la compartí. Lo aplaudieron porque era un exagerado cornalón, no por su tipo y sus hechuras, que eran perfectos.
Comentada la ceremonia de la confusión, me descubro ante el ejemplar público de los toros. Lo admiro por su capacidad de rehacerse, de no sucumbir al desánimo, de cambiar su talante y rectificar el sino de la tarde en cuanto resplandece el toreo. Y resplandeció cuando Castella formalizó y toreó las informales, descompuestas embestidas de su primer toro, al que emplazó en los terrenos exactos, estimuló dosificando los tiempos del combate y acopló suministrándole la medicina del temple, que no solo es despaciosidad sino convencimiento y conjunción, la armonía del toreo a un toro en estado de desabrido malestar. ¡Qué faena tan inteligente, tan desnuda de retórica, tan sincera! ¡Y qué estoconazo de tan lenta ejecución, de convulsión tan catárquica!
Olía a Puerta Grande su faena al que cerraba plaza. Pero entonces, la gloria presentida fue vencida por la sangre consumada. Citar de verdad, torear de verdad al toro que no embiste de verdad es una utopía heroica que el maestro de Beziers pagó con dos graves y hondas cornadas. Castella no pudo salir a hombros por segunda vez en este Feria. Pero salió por la honrosa puerta de la enfermería y es, a día de hoy, el más firme candidato a triunfador de la feria de San Isidro.
Quien también triunfó fue Uceda Leal. Trazo, temple y elegancia son los tres valores que definen su actuación isidril. A su primero le dio los mejores muletazos de la tarde. Y a su segundo, una estocada magistral, de supremo estoqueador. Fue una lástima que en su primero el viento destruyera los vuelos de su muleta cuando marcaba con bellísimo diseño el toreo al natural. Debería haber basado su faena en la mano derecha, con la muleta armada en el toreo por redondos. Pero el maestro de Usera no venía a sumar sino a vencer. Y por fin lo consiguió con el desmesurado veleto que tanto gustó a la gente, al que sometió y mató con una estocada perfecta, fulminante, de estilista. ¡Qué pena que un torero tan bueno toree tan poco! ¡El llamado sistema le saca de quicio al más paciente!
¿Y Morante qué? Pues que Morante es Morante.