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Editorial

San Isidro Año 2025. (4ª parte)

Fotos Alberto Simón / Plaza Uno - Alfredo Arévalo

Apuntes de un aficionado 

Impertinente

3 de Junio. Respetar al toro involucionado

Ver una corrida respetada por el público da un respiro al aficionado. Sin embargo, indagar por qué se respeta a una ganadería como la de José Escolar es, cuando menos, inquietante. ¿Qué ofrecieron los toros de la divisa abulense? Un mal juego. Así, sin paliativos. Se dirá que el cuarto y el quinto embistieron. Pero yo diría que más o menos. Y añado que cuando un “escolar” no derrota y repone algo menos de lo habitual, la gente respira y se cree que la bravura auténtica por fin se ha hecho presente y se alboroza. Sin razón, porque ese atisbo de bravura es aparente, va acompañado de una agresividad defensiva, propia del genio, y no de una agresividad ofensiva, propia de la casta. La verdadera bravura se expresa en embestidas desinhibidas, en las que el toro se emplea sin reserva, sin pensar en sí mismo, sin temor alguno. Y es que el toro bravo tiene valor, persigue el engaño que lo reta, no desparrama la vista, no se lo piensa, no repone, no arrepiente su ataque. Por eso, el toro bravo se puede torear y el mansurrón con genio menos defensivo sirve para simular que se torea.

Los tres toreros, Esaú Fernández, Gómez del Pilar y Miguel de Pablo, tuvieron mérito. Y Gómez del Pilar, que tiene una envidiable maestría, se ganó una merecida oreja. Los toristas se lo pasaron bien, se pusieron los toros de largo, sin mucho sentido porque eran tardos, distraídos y en el peto se defendían a hachazos o con la cara por las nubes, con el comportamiento del toro que ha involucionado, del toro que todavía no ha descubierto la bravura. El que suscribe su aburrió más que un sordo en un concierto.

​​​4 de junio. Lagunajanda, la bravura sin suerte

Escribo estas líneas sobre la corrida de Lagunajanda, al día siguiente de ser lidiada en Madrid. Y lo hago sumido en la mayor perplejidad. He leído algunas críticas que devalúan su juego, y mi sorpresa es tan fuerte que me pregunto con sincera ingenuidad si sé algo de toros. Porque, sin la menor prevención, declaro, afirmo y sostengo que la corrida de la divisa gaditana ha sido, a día de hoy, la más brava de la feria. Incluso el quinto, que fue un manso de libro en varas, era un manso de raza brava, no un manso de carreta. Y por eso embistió a la muleta de Joselito Adame, que le dio muchos pases pero nunca lo llevó toreado. 

En efecto, tuvieron muy mala suerte los toros de Lagunajanda. Al primero, alegre, bravo y con clase, una banderilla le entró en el hoyo del puyazo y tuvo el efecto de una media estocada. Pero si después tardeó, lo cierto esque siguió embistiendo. El segundo, bravísimo de salida, recibió un puyazo trasero que le atravesó el pulmón y le produjo un neumotórax (confirmado por su autopsia). Lo increíble fue cómo galopó en banderillas y que siguiera embistiendo a la muleta. Los otros tres toros, tercero, cuarto y sexto, fueron bravos, nobles y regalaron buenas embestidas. Es verdad que de salida fueron ilusionantes yque después de la suerte de varas sus embestidas perdieron ritmo, lo que conduce a reflexionar sobre cómo se pica hoy a los toros, cómo se aprueba el paso franco a esos caballos mastodónticos que no permiten a sus jinetes la ductilidad necesaria para hacer bien la suerte y cómo no se plantean las autoridades de la corrida, de una puñetera vez, la abolición de la infame puya actual, no por chica sino por un diseño que permite todas las barbaridades al uso, e incluso es mucho más lesiva de lo que el picador desea… que no es poco.

Dicho esto, solo quedan por consignar dos suspensos, uno a Manuel Escribano y otro a Joselito Adame, y un aprobado al toricantano Alejandro Peñaranda.

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5 de junio. Cumbre de Jandilla y de Borja Jiménez. Y gran faena de Castella

Cuando una figura cita al toro se hace el silencio. Cuando el toro entra en jurisdicción y la figura lo torea estalla el ole como un trueno redentor. Cuando dicha figura liga los lances o los muletazos, la excitante espiral del toreo se despliega imparable desde la más cabal emoción bravía a ese éxtasis abismal que solo provoca el toreo de una auténtica figura. Y aclaro que estoy hablando de Borja Jiménez. Porque su faena al tercer toro de la tarde tuvo estructura y hondura, gallardía y arte, tiempos muertos de respiro para el toro y para el tendido y belleza arrebatada acto seguido. Además, su trazo de las suertes, con la capa y la muleta, fue un contrapunto torerísimo de ritmo y cadencia, pellizco y temple. Si su estocada, fulminante, no hubiera caído desprendida habría cortado las dos orejas y salido por la Puerta Grande. Hace años así habría sido. Pero hoy, en Madrid, se mira la colocación, pero nadie ve la ejecución. A su segundo, bravo, pero de desiguales y discontínuas embestidas, también le hizo una buena faena. Y la espada volvió a cerrarle la Puerta de Alcalá.

La papeleta no era de premio para Castella después del lío que había formado Borja. Pero el francés es una figura inobjetable que, entre otras cosas, a nadie dice ser el torero que más orejas ha cortado en Las Ventas en lo que va de siglo… y que algunas se las han robado. Y tampoco lo dice, eso lo digo yo. ¿Cómo respondió Sebastián al triunfo de Borja? No con la nueva cadencia que enjoyaba su toreo a principios de temporada, recién llegado de América. Hoy, la respuesta de Castella era la de torear con la verdad absoluta puesta en el engaño. Fue la suya una faena larga que nunca perdió la tensión. Dentro del toro en los cites, fajadas las embestidas en el embroque y vaciadas hacia adentro en el remate, para perderle un paso, solo un paso, entre pase y pase, es algo que funde la emoción y el respeto. Y más si el toro, muy armado, es un tío con toda la barba y la bravura más seria que se ha visto en este Sanisidro. Era un espectáculo ver al toro”Zafio” plantado en el centro del anillo, enhiesto, firme, con la mirada fija en el torero cuando lo citaba y cuando salía de la suerte y se alejaba para volver a citarlo con la misma verdad. Castella perdió las orejas porque no mató bien. Y perdió otra puerta grande que sumar a su historial venteño. Pero Castella dio una vuelta al ruedo muy especial, en la que se sintió la adhesión conmovida dela afición madrileña al torero francés.

Manzanares no está y además no tuvo suerte. Si no vale esta afirmación respecto a su primer toro, bravo, encastado y con el que no quiso coles, la suerte lo castigó con su segundo oponente, de excelentes hechuras, que se estrelló de salida contra el primer burladero, se descoyuntó y fue devuelto. En su lugar salió un sobrero de la misma ganadería que nunca debió ser aprobado en el reconocimiento. Era un feo gigantón, impropio para la lidia, un toro de calle, de los que embisten a arreones y se refugian en las esquinas. No entiendo como lo embarcó el ganadero para completar un lote de tan lujosa armonía, seria presencia, casta encendida y noble bravura. No entiendo como lo aprobaron los galenos, ni el presidente de la corrida. Y no entiendo que las cuadrillas no pusieron el grito en el cielo. Con semejante animal no tragan ni en Pamplona. Pero Borja Domecq acaba de lidiar en Madrid el mejor lote de la feria.

​​6 de junio. Samuel Navalón e Ismael Martín reclaman su sitio

Las empresas taurinas son de un conservadurismo suicida. Confeccionan las ferias con los toreros cuyos nombres suenan al gran público, el que llena las plazas. Y en la ya prolongada desinformación que padece la Fiesta, esos nombres suenan a base de años. El gran público pasa por taquilla cuando los lee en los carteles y piensa que son las figuras. Y unos lo son, otros lo fueron, y los demás están ahí porque los llevan las empresas. De manera que el coto está cerrado a la auténtica y necesaria renovación del escalafón. Pan para hoy y hambre para mañana.

Jiménez Fortes es, quizá, el torero más interesante del momento y este año se le auguran 12 contratos. Una vergüenza. Y daño para las propias empresas. La gente está harta de amaños, se huele los tongos, y ustedes, empresarios, no sé si sabrán lo que hacen. Pero ni se atreven ni a explicarlo.

El caso es que hoy hemos visto en Madrid a dos toreros que con una corrida podrida han dado espectáculo, han emocionado al tendido y la gente no se ha aburrido en la plaza. Menos el 7, claro. Aunque esta vez tenían razón. Los productos de la ganadería Conde de Mayalde, de bellas hechuras, pasados de kilos, no podían con el hándicap de romana que les habían echado encima. No sé si se han atracado de comer a última hora, no sé si se habían comido toda la hierba que el campo ha dado en este año de lluvias, no sé si Florito, que triunfa infaliblemente a las 12 de la mañana y suele fracasar a las 7 de la tarde, incitó al ganadero a forzar la mano. Como quiera que sea, estoy de acuerdo con las protestas del 7 cuando los toros perdían las manos, se caían o se afligían. Pero hacer extensiva la protesta a dos jóvenes toreros que se han jugado el tipo y han demostrado una capacidad torera deslumbrante, es tener mala baba y no saber estar en los toros.

Apunten estos nombres, Samuel Navalón e Ismael Martín, son buenos toreros, tienen la hierba en la boca y si los anuncian, no se los pierdan. Verán torear y se emocionarán. Abrió el cartel El Fandi, que estuvo bien con la capa, no tuvo su día en banderillas y que con la muleta aburrió a las ovejas.    

Mañana, con los “adolfos”, habrá paz en Las Ventas. No se lo pierdan.

7 de junio. El problema de  Las Ventas es que los toristas no saben de toros

Pronostiqué paz en la plaza con la vuelta de los “adolfos”, pero no la hubo. Hay que ser un tarado mental para protestar, de salida, a los toros de Adolfo Martín. Todos estaban en su año número cinco, todos pesaban más de 500 kilos y todos estaban bien armados, de acuerdo con las encornaduras del encaste a que pertenecen. ¿Por qué los protestó el 7 antes de que dieran motivo? Por tres razones: A) Son gentes de talente bronco, que se creen los dueños morales de Las Ventas; B) los organizadores de la corrida -autoridad, veterinarios y empresa- les obedecen y en consecuencia todas las tardes están encantados de su importancia; y C) Por lo demás, no han caído en la cuenta de que saben de toros menos que una monja belga, y la inocencia es la madre de la imprudencia.

El resultado fue que la autotitulada primera plaza del mundo parecía un corral de locos. Los inquisidores gritando miau cuando el toro reponía antes del embroque buscando la femoral; los espectadores, que esta tarde parecían titulares de boletos cedidos por sus dueños, demostraron buen talante pero, también, no darse ni cuenta; y los aficionados, poquitos, cabreados porque no les dejaban ver la corrida. Una pena, pues Antonio Ferrera estuvo magistral en su primer toro, profesional con su segundo y excelente como director de lidia toda la corrida; Fernando Robleño, muy entregado frente a dos cabronazos; y Manuel Escribano, heroico con el capote, brillantísimo en banderillas, angustiosamente valeroso con la muleta y muy cabal con la espada.             

Observaciones: 1ª Aclaro que me permito criticar al público porque en la corrida, el público es el otro actor de la lidia, y como su actuación la condiciona, no puede creerse un dictador impune, que está por encima del bien y del mal. 2º Adolfo Martín lidió una mala corrida bien presentada. Personalmente prefiero el toro bravo al navajero. La remendó un mastodonte de Martín Lorca, corraleado e insulso. Y 3ª A pesar de aquel gallinero infernal, los tres espadas y sus cuadrillas dieron una interesante tarde de toros. Y yo me quito el sombrero.


8 de junio. Corrida de Beneficencia

Calle Alcalá arriba se llevaron a Morante de la Puebla

En la corrida de Garcigrande, Morante hizo una faena de dos orejas y el presidente le robó una. En la corrida de Juan Pedro, Morante hizo una faena de dos orejas y el presidente le robó otra. A su segundo toro, un pavo cinqueño con 582 kilos, le hizo una faena de una oreja y se la dio el presidente porque la petición más que fuerte era amenazante. Y el presidente se acojonó. Pero esto de las orejas es una estupidez cuando se trata de evaluar un toreo que se sitúa fuera de toda evaluación. Con Morante las orejas dejan de ser la medida del toreo. Tres verónicas de Morante valen más que todas las orejas de la temporada. 

En la plaza de Las Ventas, que se ha convertido en un corral de locos, a Morante le decían “miau” los del 7 cuando recibió al cinqueño de marras con lances de brega. Pero el poblano no se inmutó. Ni un reproche, ni un desfallecimiento. Oídos sordos, mucha elegancia y de pronto el capote que se deshoja. Y el ole que estalla expulsando al “miau” a las cloacas donde habitan los necios. Y ni un mal gesto. Y si el cinqueño, abanto, huye entre verónica y verónica, el maestro torna por chicuelinas y el cinqueño se queda con él.

Pero de estas cosas los de “miau” no se enteran. Y como no se enteran, ni tampoco su lacayo presidencial, se diría que, en la faena de muleta,Morante decidió torear para él.No ofendido, ni humillado. Pero sí sabiendo que el resto de la plaza, tres cuartos o más, estaba entregado a un éxtasis bravío, de embriaguez despierta, que comulgaba con su toreo. Fue entonces cuando se echó la muleta a la izquierda, el pitón malo, y esculpió a cámara lenta cuatro naturales ejecutados más allá del bien y del mal. Y a partir de ese momento, con el toro ya desengañado y entregado, Morante sacrificó la Puerta Grande, le importaron un rábano los trofeos y solo se interesó en lo que le inspiraba el toro, en sacarle unos muletazos de trazo y temple inverosímiles, algunos enganchados en el remate de tan utópicos que fueron. Pero el ole, bronco, encendido, se había hecho cómplice del genio poblano, que había laminado las protestas de los lunáticos gritones, y su toreo se encaminaba a una catarsis que no admitía disidencias. Y con la muerte del toro, se liberó la pasión, acabó la corrida, pasaron por el ruedo dos toros, y sucedió lo que tenía que suceder, lo que únicamente sucede en Las Ventas, de Madrid al cielo y todo eso, la Puerta Grande que se hace chica, miles de jóvenes en el ruedo, el héroe mitificado a hombros, la realidad convertida en leyenda, rota la limitación de llevar al torero hasta el bordillo de la acera, calle Alcalá arriba se llevan a Morante a hombros, la policía que impide el colapso de la ciudad, los miles de aficionados reprimidos, desbordados, que se revuelven, el caos, la peregrinación al hotel Wellington, Morante saludando a la afición desde la balconada entre las calles de Velázquez y Villanueva. La viva realidad del toreo no convocada por nadie, espléndida y vigente, quince días antes de que en el Congreso de la Diputados se vote la derogación de la Ley que declara a la Tauromaquia patrimonio cultural de España.

¡Gracias, Morante!         

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