EntreToros
SEMANA TAURINA. San Isidro. Apuntes críticos (lV)
Un toro con 615 kg y a 4 meses de cumplir 6 años.
Trapío de charolés y cuernos cérvidos
Si los ganaderos de bovino manso lograron que las vacas den más leche y los toros más carne, los ganaderos de bravo, adelantados en el uso de la genética para obtener resultados en algo tan impreciso como es el comportamiento animal, no es de extrañar que en los últimos años hayan conseguido un toro con mayor esqueleto, cuernos más desarrollados y unos aplomos que, siendo igual de finos, sean capaces de soportar muchos más kilos y moverse como sus inmediatos antepasados, más pequeños y vareados.
Esta deriva empezó a fines de lo años 70 del siglo pasado porque la demandó el público. Quería un toro más “serio”, es decir un toro que impresionara más. Identificó seriedad con tamaño, una apreciación aberrante del torismo primario. El toro emociona por su comportamiento. Su volumen infunde respeto cuando sale al ruedo, pero se modera al cabo de unas cuantas embestidas fijas y, sobre todo, cuando muestra una manifiesta inferioridad frente al omnipotente caballo de picar. La capacidad de emocionar no le pertenece por entero, también depende de la lidia que se le dé y del riesgo que asuma el hombre que lo torea.
El toro con la edad cumplida –en estos dos últimos años, más que cumplida- y con más peso no planteaba un comportamiento radicalmente distinto. Al impacto de su mayor trapío lo compensó la selección cada vez más rigurosa del ganadero, de la que extrajo una embestida más fija, más larga y, por lo común, más humillada, la cual, por noble, emociona menos. Pero no fue más fácil de torear que la del toro de tiempos precedentes. Si la seriedad propia de la edad uniforma y atempera las embestidas (el toro viejo miente menos), el volumen y los kilos las desigualan, pues no todos los toros son capaces de superar el handicap del sobrepeso, lo que se traduce en embestidas irregulares, pérdidas de ritmo, falta de fondo, coladas y hasta los derrotes propios del toro que agobiado tanta rémora es más lento y ve más. Son mermas en general más imputables a un manejo al servicio de un cerril concepto de trapío que y dan al toreo un mayor número no aptos para el lucimiento. Pero, repito, no las provoca esa violencia defensiva imputable a la mansurronería, lo que los aficionados llamamos genio, ni tampoco los problemas positivos de la bravura fiera y vivaz, sino el cumplimiento de un trapío antinatural y la adopción de una nutrición más energética, una preparación física antes innecesaria y un saneamiento pertinaz, apropiados al toro viejo y más cargado de romana. En definitiva, un nuevo manejo que se impuso en casi todas las ganaderías, bien entrada la segunda década de este siglo.
Se me han ocurrido estos apuntes con motivo de los cuatro toros lidiados en Madrid por la ganadería de Torrealta. Fueron protestados por el tendido 7, no por su trapío, sino por estar vareados. Su romana superaba por poco los 500 kilos. Su edad más que cinqueña, sus pitones inmensos y su movilidad vertiginosa provocaron una emoción antigua, parecida a la del toro de los años 50 pero multiplicada por su superior trapío. Me pasmó que cuando Fandi veroniqueó a su primero, los intransigentes dijeran miau. Y me hizo reír que exigieran a los toreros, cuando los toros se paraban, pero no por falta de fondo, un toreo preventivo, casi de ventaja, el de cruzarse a pitón en dichas circunstancias. De hecho se estaba protestando un mérito en otros tiempos valorado, el aguante, una meritoria entrega del torero que espera en línea, dando al toro –que ve mas- la opción de elegir el engaño y al hombre, al que reclamaban, escandalizados, el cite cruzado, tesitura también aceptable, pero que en pureza debe ser considerada una ventaja.
Junto a los cuatro de Torrealta se lidiaron dos de los hermanos García-Jiménez, también con impresionantes defensas, similar trapío, pero mucho más rematados, cuya lidia contradice en parte lo aquí afirmado, porque tuvieron igual movilidad y mejor embestida. De hecho, tanto los rematados de García-Jiménez como los vareados de Torrealta, como por otra parte el comportamiento promediado de casi todas las ganaderías que están lidiando en la Feria de San Isidro, demuestra el alto nivel a que ha llegado la crianza del toro. Mayor es nuestro reconocimiento si consideramos que los toros para lidiar en Las Ventas no se eligen por su buena reata (familia), ni por su individual nota, ni por sus hechuras, normales predictores de la bravura. Lo que determina su reseña es muy simple: altura, dimensión cornea y romana. Vergonzante y preventivo baremo para la tan cacareada primera plaza del mundo. No tiene la finalidad de mejorar el espectáculo, sino la de obedecer a los isidros del 7. Es como si el Real Madrid club de fútbol le preguntara a los Ultrasur lo que hay que hacer.