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SEVILLA – El Palco penaliza el virtuosismo en el toreo

por José Carlos Arévalo

El toro de Buendía no regala sus embestidas, pero cuando se sabe torear más allá de lo razonable, con virtuosismo, agradece la sapiencia del torero y se emplea deslizante, con una templanza inigualable. Eso fue lo sucedido con los primero y quinto toro de la corrida de La Quinta. ¿Y en qué consiste esa sapíencia que en los instrumentistas musicales se denomina virtuosismo? Consiste en adivinar las prestaciones y carencias del toro, en responder a ellas con la colocación exacta, la presentación perfecta del engaño, la altura del cite equilibrada milimétricamente, la dimensión y cadencia del trazo acopladas como si el compás de la embestida lo impusiera el toro. Y tal perfección depara un regusto incomparable. Es ver la inteligencia en acción y sentirse cómplice del torero y privilegiado destinatario de su inusitada obra cuando alcanza una armonía tan inefable como imprevista. Se cumple entonces el axioma bergaminiano del toreo excelso: el hecho por encima de lo razonable y dicho más allá del bien y del mal. 

Así fueron las dos faenas mal premiadas, la de El Juli a su primer toro y la de Daniel Luque a su segundo. Si los trofeos se valoran en función de las prestaciones del toro, estas dos magnas obras del arte de torear merecieron las dos orejas. Dos le negaron al madrileño, que no recibió ninguna, y una al sevillano, que también mereció la segunda. Y como no me falta experiencia ni conocimiento -entre otras cosas, he visto toros en esta plaza desde hace sesenta años, cuando los presidentes no leían la cartilla al respetable- me rio de la exigencia inconsecuente de los supuestos aficionados sabios de ahora y de la ridiculez de algunos presidentes de la plaza de Sevilla. En esta fastuosa Feria de Abril no se ha concedido una sola oreja generosa y sí se han negado varias que merecían el premio.  Cuando la petición es unánime retener el pañuelo para no conceder la segunda nada tiene que ver con el rigor. Es una triquiñuela impropia impulsada por el desconocimiento.

Dicho esto, el debut de La Quinta en su tierra tuvo interés y un pelín de mala suerte. El segundo de la tarde, que se partió una pata en el primer tercio, presagiaba un gran juego en la muleta. Y todos sus hermanos pelearon bien en varas, metiendo los riñones y empujando con fuerza, codicia y bravura. Se autocastigaron demasiado y pagaron su osadía en la muleta. Solo hubo uno malo de verdad, el cuarto, al que ni El Juli pudo torear. Como aficionado, agradecí la presencia de La Quinta en la Maestranza.  

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