por José Carlos Arévalo
Nunca he visto torear a la verónica con tanto temple, con tanta elegancia, con tan bello trazo como a Juan Ortega. Es increíble que a un toro levantado, de salida, que embiste por primera vez a un trapo, que no ha sido atemperado en varas, se reduzca como por encanto la velocidad de su embestida, se la adormezca, se la acompase, se la hipnotice como si el toro al tomar la capa entrara en otro campo gravitatorio, como si el toreo hubiera abolido las leyes de la física. Dicen que a este bellísimo lance la gente lo denomino “verónica” porque en el capote deja el toro estampado el rostro de su embestida. Pero eso no es cierto cuando veroniquea Juan Ortega. En el capote de Juan Ortega el toro no retrata su embestida real sino la embestida soñada por el torero y revelada a los espectadores,
El pasado 26 de abril, vi a Morante cortar un rabo en Sevilla, y a Juan Ortega torear a la verónica con un temple irreal, que yo nunca había visto.