El Torero
TOREROS DE HOY – Morante de la Puebla
por José C. Arévalo
Hablemos primero de Morante, porque la antigüedad en la Fiesta es un grado y porque es el torero en activo más importante. Además, resulta que el maestro de La Puebla juega, desde hace un lustro, en otra liga que el resto de los toreros. Un hecho aceptado tácitamente por todos los públicos. Lo asumieron cuando su tauromaquia se convirtió en la tauromaquia. Por su manera inefable de decir el toreo y por la pureza de su manera de hacerlo. Por el acervo de su largo repertorio, desde las suertes en desuso: la tijerilla de Hillo, el farol de Manuel Domínguez, la brega semi genuflexa de Bombita, el lance cambiado de Fernando el Gallo, el galleo del Bú de Gallito- a las suertes completas, consumadas en tres tiempos, como ordenó Belmonte y, con la muleta, ligadas en redondo, como impuso Chicuelo. La faena muletera de Morante es muy singular, yo diría que única, porque la construye haciendo preguntas a la embestida del toro e inspirándose con sus respuestas como hacían los toreros de la Edad de Plata. Pero termina hilvanándola en series, como la estructuró Manolete de una vez para siempre. Y por si fuera poco, se los pasa muy cerca.
Si a Morante lo definiera su deslumbrante maestría solo sería calificado como un gran arquitecto del toreo. Por ventura, su arte raya al mismo nivel. Su verónica gitana, su chicuelina con aires de San Bernardo, su natural belmontino, sus cambios de mano, su kikirikí, su desdén por alto y por bajo, unas veces por Triana, otras por Sevilla, según le dé, y su volapié amanoletado -advierto, al toro que ha cuajado- lo yerguen, por su destreza y su pureza, en máximo portador del arte de torear. Por eso su largo acervo no lo nombra, en ningún caso, en el maestro copista del toreo. Todo lo contrario, pasa las suertes por el filtro de su sentimiento, las reinterpreta, las reinventa, las convierte en morantianas, la más perfecta conjunción del arte gitanoandaluz.
Morante suele estar bien y cuando está mal está bien. Ha logrado un consenso sin precedentes en el toreo. Todos los aficionados, todos los públicos, saben que Morante es el toreo. Y sin embargo tal reconocimiento no obsta para que sea torero de una oreja y más espaciadamente, de dos. Y la explicación es muy sencilla. Tiene la costumbre de hacer faena mientras el toro embiste, nunca la alarga cansinamente como el resto de los toreros. Por eso, faenas que hace unos años habrían sido de dos, hoy son de una. Pero no por culpa de los públicos, sino de los presidentes, que se divierten diciéndole al público que es tonto y que, de un tiempo a esta parte, no premian la gran faena si no es larga. Conclusión: con Morante ya no cuenta o cuenta menos el premio de las orejas.
En su temporada de las 100 corridas hizo lo que ninguna figura había hecho en los últimos tiempos. Torear toda clase de ganaderías, las duras y las maduras. Y alternar con todos los toreros, la élite y los otros. Y este año, su rara enfermedad le ha forzado a cortar y retomar su temporada. Pero todas las tardes se ha mostrado pleno de inspiración y en plena forma torera.
Morante, genio inclasificable. Torero de época. De todas las épocas.