El Torero
TOREROS DEL MOMENTO – Andrés Roca Rey, la primera figura del toreo
Por José Carlos Arévalo
Cuando escucho las reticencias que padece Roca Rey por parte de los buenos aficionados -a los aficionados sin jerarquizar, que son muchos más, no les escucho ni una-, se me aparece la imagen de Manolete. Recuerdo entonces la ironía de mis padres ante la célebre réplica de los buenos aficionados de entonces a su toreo, su devaluación cuando se comparaba su estoicismo con el arte de Pepe Luis, la conferencia de Domingo Ortega en el Ateneo de Madrid, que se interpretó como un argumentario anti-manoletista, su imposición del toro chico, etc. Y recuerdo la conclusión de mi padre, a quien por cierto le gustaba mucho Pepe Luis: “Pero el que puso en pie el toreo en aquellos años tan difíciles fue Manolete, quien creó la estructura definitiva de la faena de muleta fue Manolete, quien resucitó la figura mítica del torero en España y en todo el mundo fue Manolete. El otro torero a quien admiré fue a Ortega, aunque no como conferenciante”.
Mi memoria taurina es muy selectiva y, por tanto, injusta. Pero no la puedo dominar. Recuerda lo que recuerda. Y cuando indago en mi subjetivo olvido no encuentro más que olvido. Un mal que no padece el toreo del portentoso peruano. Todavía tengo fresca su tarde en Bilbao de hace ya tres o cuatro años. Conjugó la épica y la estética, el valor y la maestría, el dramatismo y la fiesta. No creí, porque aquello fue irrepetible, que volviera a presenciarlo. Pero ese grado sumo del toreo Roca Rey lo alcanza siempre que su pundonor lo exige. O sea, las veces que haga falta. Ahí está la pasada feria de San Fermín para demostrarlo. ¿Qué tuvo suerte en los lotes? Tal vez. O quizá cumplía lo que dijo Luis Miguel: “Cuando un torero llega a su plenitud siempre tiene suerte en los sorteos”. Pero no voy a incidir en sus dos tardes pletóricas, sino en su toreo, el que devalúan con la boca chica los aficionados exquisitos. Porque lo que más admiro del genio de Lima es su toreo fundamental. Ante su toreo ligado en redondo, por naturales o derechazos, todos los toros se vuelven fijos auqnue hayan sido inciertos, todos prolongan sus embestidas aunque las tuvieran cortas, todos resisten su muleta baja, exigentísima, de trazo largo y finalizado en redondo aunque hayan mostrado una previa falta de casta. Y a todos los mata citando en corto y por derecho, dando un toque un instante previo al cruce en el que la suerte se detiene y así hundir la espada en el morrillo en el momento exacto en que el toro descubre la muerte. Pero lo que más pasmo me ha provocado de sus dos tardes pamplonicas ha sido su toreo a la verónica con las dos rodillas en tierra. Jamás había visto, toreando de esta guisa, recibir la embestida de un toro levantado en el centro de la bamba del capote, mecerla hacia adentro muy reunida en el embroque, acompañarla con un sutil juego de cintura y entregarla al remate de los vuelos conducidos por unas muñecas de cristal que acoplaban la suerte del siguiente lance.
Roca Rey ha cortado seis orejas en sus dos tardes de Pamplona. Pero hizo dos faenas de rabo. Y una de ellas, la presidenta de turno la premió con una. No tuvo ella la culpa. En Pamplona mandan los asesores. Y el de aquella tarde debía ser un buen aficionado.
Postdata: Escribo estas líneas la noche del domingo 14 de julio, después del triunfo del fútbol español en Berlín. Una apoteosis sin freno alguno. Qué suerte tienen los futbolistas. Si sus aficionados fueran como los taurinos, no pocos llamarían a la calma: “Señores, tampoco ha sido para tanto. Además, aquí quien juega bien es el Alcoyano