Torear con naturalidad y ser profundo son dos cualidades que no casan. Porque la naturalidad suele ser liviana y la hondura, oscura. Tampoco casan el arte y la maestría. Porque el arte cuando es cabal se emancipa de la maestría. Pero el caso es que Diego Urdiales torea con naturalidad y hondura, tiene arte y es un maestro del toreo. Yo le anoto una naturalidad bienvenidista (Antonio), una solera orteguiana (Rafael) y un arte y una maestría que le son propios.
Me explico:
Diego Urdiales es el torero actual que con mayor frecuencia cambia la velocidad del toro. Incluso de salida, con el toro levantado. Yo no conozco el secreto que lo hace posible. Pero intuyo que tan desconcertante poderío depende de algo sencillo de enunciar y casi imposible de hacer: torear al toro ya en el cite, por supuesto embeberlo antes del embroque en el engaño para que su carrera se atempere, se acople transformada en embestida, y llevarlo así, imantado a la tela, hasta el final del lance o del muletazo. Obviamente, esta manera de torear siempre ha sido privilegio de poquísimos toreros. En estos días de muy buenos toreros, Diego liga con naturalidad, hondura y arte muletazos completos a muletazos completos, algo imposible si no se tiene la virtud del temple, de un temple sutil pero ferreo que no permite al toro no embistir como quiere sino como le impone el trazo largo y calmo, bello y asolerado del maestro riojano. Eso fue lo que hizo la semana pasada en Madrid.