Hay tardes indefinibles. Por ejemplo, la de este 15 de mayo en Valladolid. La corrida, terciada y cornicorta, no se protestó. Quizá porque era brava. Pero no, no se protestó porque no se protestó. Roca Rey cortó cuatro orejas pero no armó un alboroto. Tomás Rufó toreó muy bien al sexto, le cortó las dos orejas y aquello no fue como para tirar cohetes. Y el presidente era un buen chico que daba orejas a los toreros, pero a Morante le mantuvo en el ruedo, primero a un toro que abrió la boca antes de la primera vara, y llegó exhausto a la muleta, sin un pase que darle, y después a otro que de salida se dio un trompazo contra las tablas del que salió con la mandíbula rota y descordinado, pero se negó a devolverlo y el sevillano, en su año más estelar, quedó inédito en el ruedo pucelano.
¿Hubo algunas cosas buenas? Pues sí, el poderío y la entrega de Roca Rey y algunos muletazos buenos de Tomás Rufo. ¿Suficiente? No. Nos desplazamos a Valladolid para ver un cartel que prometía una tarde de apoteosis. No para ver cositas.