EntreToros
SEVILLA – Morante no tuvo toros, pero Aguado tuvo uno
Por José Carlos Arévalo
Le ovacionaron a Morante cuando se rompió el paseíllo, pero la ovación debería haber sido más intensa y más larga. Interminable, tan obcecada, tan justa que el genio de la Puebla no hubiera tenido otro remedio que iniciar la tarde dando la vuelta al ruedo. Las cosas se habrían puesto en su sitio Y la Puerta del Príncipe hubiera sonreído, como si se hubiera librado de los cuentaorejas que le han robado la llave.
Al maestro le habría compensado del boicot que los dos toros de Juan Pedro le tendieron como si fueran aliados de todos los antitaurinos del mundo. Torearlos era como sacar a bailar a una coja con cien kilos de cuerpecito. Pero Morante les dio una clase de embestir y casi embisten. Genial.
¿Gafe total? No. Porque a Pablo Aguado le salió un toro que tomaron por bueno. Desde luego era noble, pero tan soso que exigía tener delante a un artista excepcional. Y lo tuvo, por su temple dormido cuando toreaba por redondos. Y sobre todo, por su temple dormido y con ángel, y con gracia, y con pellizco, y con sevillanísima elegancia, por naturales. La faena no fue un faenón. Pero Pablo Aguado toreó más allá del bien y del mal.
Con Ginés Marín voy a ser injusto. Vaya por delante que hizo una buena faena. Pero me explico. Cuando ví a Ginés de novillero en su tierra me reencontré con un toreo fresco, luminoso, de muchos kilates. Entonces decía el toreo de una manera que solo pretendía torear. Luego, cuando creció mientras luchaba por su consolidación, le ví hacer el toreo para triunfar. Decía Bergamín que el toreo se hace y se dice. Y, oído al parche, en Sevilla hay que hacer bien el toreo, pero sobre todo decirlo maravillosamene bien. ¿Cómo saca un gran torero, o sea Ginés, el artista que lleva dentro? Siguiendo la conseja de Belmonte cuando dijo que más allá de la destreza el toreo es una tarea espiritual.
Una pregunta: ¿Por qué los toros de Juan Pedro Domecq tienen más voluntad de embestir que forma física para hacerlo?
Un reconocimiento: El tercer actor de la lidia es el público. La sigue, la jalea, la silencia, la reprueba: la condiciona. Un diez para la afición de Sevilla. Intensa y torera con la genialidad, medidora y generosa con el buen hacer, indiferente con la mediocridad. A quién se pregunte si los toros son cultura, que vaya un día en Sevilla a los toros. Por San Miguel.







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