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ACTUALIDAD – La izquierda antitaurina

Plaza de toros de Arles (Francia)

 por José Carlos Arévalo

Ahora resulta que un diputado francés de “la Francia Insumisa”, un partido de izquierda equivalente a Podemos, ha presentado a la Asamblea Francesa un proyecto de ley para que se prohiban los toros en Francia. A Gustavo Petro, presidente de Colombia, también de izquierda, le salió el tiro por la culata porque los parlamentarios rechazaron –eso sí, por pocos votos- la prohibición que prometía en su programa político. En Perú, su presidente, Pedro Castillo, también accedió al cargo con esos humos, pero tuvo mala suerte, se encontró con Andrés Roca Rey, el mejor torero que ha dado su país, y como la cosa va de votos y no de principios, empate al canto. Por su parte, los aficionados mexicanos están que trinan por el cierre de la Plaza México, que responde a una orden dictada por un juez que atendió a las razones de un antitaurino sin contrastarlas con las de los taurinos, y se fumó un puro con los quebrantos que su decisión provocaba al sector de la tauromaquia. O sea, que su decisión, injustamente legal, sucedió limpia y cristalina ante la mirada satisfecha y neutral de Andrés López Obrador, que se dice de izquierdas. Y aquí tenemos a los señoritos de Podemos, de la izquierda anacrónica, que también proponen la prohibición, más dos alcaldesas socialistas asturianas, una saliente y la otra pretendiente, con la plaza de Gijon cerrada a cal y canto. 

Por supuesto, la tauromaquia no es de izquierdas ni de derechas, pero el generalizado ataque izquierdista expande la idea de que las corridas de toros y los festejos populares son un divertimento de los reaccionarios señoritos de derechas. Y como la derecha, al menos en España, defiende las corridas de toros, la opinión pública o parte de ella, puede opinar (pensar es otra cosa) que, en efecto, la tauromaquia es de derechas. No importa que el juego con toros en la península Ibérica sea milenario, ni que la corrida de toros moderna se haya celebrado bajo la monarquía absoluta y la constitucional, la república y la dictadura, gobernadas por partidos de derechas y de izquierdas, sin que nadie, nunca, la asociara a una u otra ideología. Tampoco es plausible que la proporción de gilipollas haya aumentado con el correr de los tiempos. Pero como sucede que, al menos en  España, la derecha se ha proclamado defensora de la tauromaquia, y, probablemente, también en Francia, es de suponer que se la considere de derechas: el 24 de este mes, la votación en la Asamblea de Francia nos lo dirá. Parece ser que la derecha tiene libertad de voto, que los socialistas se abstienen, que la extrema izquierda votará la prohibición y la extrema derecha, en contra. Por suerte, los diputados de las provincias del sur, de casi todos los partidos, han hecho un buen trabajo, así como el Observatorio de las Culturas Taurinas, dirigido por André Viard. 

Lo cierto es que la tauromaquia siempre ha tenido en contra a una parte de la población. Pero en democracia, los derechos de la minoría, y con más peso los de una inmensa minoría como la de los adictos al toreo, están salvaguardados. No siempre, pues en Cataluña no fueron tenidos en cuenta. En este caso, la prohibición fue un pretexto. La liquidación de una fiesta tenida por española era una prueba más la desafección del nacionalismo catalán a formar parte España. Por eso, los festejos taurinos populares de la Cataluña rural quedaron eximidos de la interdicción. Este precedente antidemocrático en una joven democracia, que transgredió la esencia de la democracia, indica que su interpretación parlamentaria no es muy ecuánime cuando se sospecha que las corrientes de opinión, como la provocada por el movimiento animalista, pueden ser mayoritarias.

El caso francés, sea cual sea su conclusión, es un aviso que la tauromaquia española debe tomar en cuenta. El animalismo no ha calado en la conciencia de los ciudadanos por sus objetivos finalistas, que la gente desconoce, sino por el mensaje complaciente de los franciscanos laicos. Su peso en la escuela, su aceptación por una gran parte de la sociedad se debe a un doble influjo. Por un lado, la enorme mortandad animal lógicamente provocada por una explosión demográfica humana que ha multiplicado la población del planeta por siete en un solo siglo que quiere comer; y por otro, la humanización del animal alimentada por un imaginario sensiblero y falso, infantiloide y disneyano. El cuento infantil actual, la mamá loba y sus lobitos tan tiernos han sustituido al lobo feroz de Caperucita, el rey león, tan humano, al león egoísta y salvaje, y el ternerito paciente que los ingratos humanos nos comemos, al toro bravo que toreamos… y también nos comemos.

Pues bien, ha llegado la hora de que al relato animalista, el sector de la tauromaquia le de respuesta con un argumentario científico, cultural, inapelable. Para el que es necesaria la formación de un grupo de expertos cualificados. Y la tauromaquia los tiene. Posiblemente que no acabe con la corriente global antitaurina. Pero sus argumentos serán determinantes ante las instancias que presumiblemente decidirán la conservación del toro de lidia y el futuro de la tauromaquia. El silencio es la respuesta de los tontos y los cobardes. 

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